NOTAS SIN PAUTA

Libros de texto, la batalla histórica

En la historia del sistema educativo mexicano no existe un cambio que, en su oportunidad

OPINIÓN

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Arturo Rodríguez García / Notas sin Pauta / Opinión El Heraldo de México
Arturo Rodríguez García / Notas sin Pauta / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En la historia del sistema educativo mexicano no existe un cambio que, en su oportunidad, haya estado excento de polémica, enardecidos discursos y debate desbordado.

Desde la Constitución de 1824, la educación ha sido el objeto de numerosas batallas ideológicas que por entonces pudo dar al liberalismo la federalización de la enseñanza, pero cedió a la parte conservadora la obligatoriedad de la religión católica con enorme influencia en el incipiente sistema educativo.

Para los años 30 del Siglo XIX fue el presidente Valentín Gómez Farías quien intentó rescatar a la educación de la Iglesia con la reforma liberal de 1934 que, entre otras medidas de naturaleza económica, consideró conservadora a la Real y Pontificia Universidad de México y la cerró, así como otros centros de estudio de orientación confesional a cambio de centros administrados por el Estado.

Sin embargo, la reforma sería derrotada por la vía armada con el Plan de Cuernavaca ese mismo año y no vería su consolidación hasta la gran reforma liberal juarista.

Juárez y los liberales de la Reforma pugnaban por la laicidad, y así lo hicieron en sus reformas que, luego, fueron revertidas en los hechos por el pensamiento postivista del período porfirista que, pese a todo, mantuvo la exclusión de la instrucción religiosa en la enseñanza pública.

Basta revisar el Diario de Debates del Congreso Constituyente de 1916-17 para darnos cuenta de la argumentación que confronta auténticamente el pensamiento liberal con el pensamiento conservador en torno al tercero constitucional, prevaleciendo finalmente la laicidad en la educación que, por los contenidos con un sesgo anticlerical, sería uno de los detonantes de una guerra, la cristera en los años 20 del siglo pasado.

Ya con la reforma de 1934, la del maximato, se incluyó desde su primer párrafo: “La educación será socialista, y además de excluir toda doctrina religiosa combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social”.

El socialismo callista vería su fin un docenio más tarde, cuando el presidente Ávila Camacho decidió eliminarlo del texto constitucional para retomar el postivismo con algún añadido sobre el amor a la humanidad acorde al fin de la Segunda Guerra Mundial y los horrores que trajo.

A la década siguiente, la reforma encausada por Jaime Torres Bodet -- que tuvo oposiciones ya recordadas por estos días por el presidente López Obrador—se puede resumir en la acidez de la crítica sin parangón en la paralipsis atribuida a Salvador Novo: aprender el alfabet / para leer a Bodet / ¡qué atrocidat!

Enardecería la Iglesia con la reforma echeverrista que incluyó los primeros contenidos de educación sexual, o bien, la reforma salinista de 1992 que volviendo al liberalismo clásico excluyó la participación religiosa en la educación y se animó a una polémica centralización educativa.

Haciendo un alto al recuento histórico bien vale la pena observar que las reformas de los últimos 30 años son bastantes en distintos niveles y que, en cada oportunidad, la intervención de los contenidos educativos es motivo de intensa crítica ya sea por errores o por el influjo ideológico que el gobierno en turno quiere plasmar.

Con Vicente Fox, por ejemplo, se abrió la impresión de libros al sector privado, una medida que dio elementos a las izquierdas para advertir un paso a la privatización de la educación con el agravante de las prohibiciones con sentido confesional de manera sonora con el caso de Aura, de Carlos Fuentes o, inclusive, con las páginas dedicadas al “cambio” que significó la salida del
PRI de la Presidencia. Pero sobretodo, polémica fue la “Guía de Padres” de corte ultraconservador.

Fue en el sexenio de Felipe Calderón cuando se sentaron las bases de la evaluación educativa que, en el sexenio de Peña Nieto, sería objeto central de la Reforma Educativa y motivo de los conflictos sociales de Guerrero, Oaxaca, Estado de México, Chiapas y Michoacán. Dicha reforma sería revertida en el sexenio actual.

En cada episodio mencionado ha corrido la sangre en muertos o heridos de una posición u otra, pero no es lo único que resulta persistente pues tienen en común que: un gobierno quiere imprimir su sello ideológico; que siempre se constituyen dos grandes polos, uno de estos con proclamas socialistas y el otro con proximidad a la Iglesia y a las elites económicas; un gobernante posterior la revierte y, finalmente, un resultado que es la convergencia de generaciones formadas en un sistema educativo de contenido inestable, inconsistente, precaria la formación.

POR ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA
COLABORADOR HERALDO RADIO
@ARTURO_RDGZ

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