ARTE Y CONTEXTO

La efervescencia volcánica del Dr. Atl Parte I

Gerardo Murillo, el Dr. Atl., es uno de los más geniales seres humanos que conozco

OPINIÓN

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Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de México
Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Gerardo Murillo, el Dr. Atl., es uno de los más geniales seres humanos que conozco. Como pintor fue un destacado vulcanólogo y puso al servicio del fuego de su sangre la efervescencia de su intelecto.

Este extraordinario artista nació en Guadalajara, México, en 1875, y para el momento en que la vida lo abandonó un 15 de agosto de 1964 había dejado un sinfín de pinturas, de bocetos, de documentos gráficos y escritos, de videos documentales y demás testimonios de su capacidad artística y científica.

Como pintor era figurativo; expresaba su nacionalismo a través de la belleza de los paisajes mexicanos y no de imágenes panfletarias, como sus contemporáneos más jóvenes. Es decir, su postura política la manifestaba esencialmente por medio de los volcanes, lo que me parece una forma tan abstracta como hermosa de transmitir su amor por México. Él quería seducirnos con la belleza, hecho que se agradece, porque además de legarnos un patrimonio invaluable a cada uno de nosotros, demostró la importancia del acercamiento al conocimiento científico.

Fue un hombre de su tiempo: hijo de la Revolución Industrial y de la Revolución Mexicana, por eso experimentaba con los nuevos materiales de la época. Poseía una gran empatía con los menos favorecidos por el sistema económico; de tal manera conjuntó estos dos intereses-preocupaciones inventando los Atl-colors, que son unos crayones que él mismo fabricaba con ceras, pigmentos, petróleo y resinas que tienen una gran permanencia y adherencia y que se pueden usar sobre casi cualquier superficie, a diferencia del óleo y de la acuarela, que además son instrumentos costosos. También comenzó a utilizar soportes para pintar más baratos que el lienzo de lino, como la madera y el masonite, que es una tabla hecha de virutas de madera altamente comprimida.

A 69 años de su muerte, Dr. Atl es un artista mucho menos reconocido de lo que debería porque el peso del dinero del marketing gubernamental se lo han llevado Diego, Frida, Orozco y Siqueiros. Sin embargo es necesario que sepamos de qué estamos hechos como país, así que los invito a visitar la exposición “Eje Neovolcánico. Aproximaciones artísticas al paisaje ígneo”, en el Museo de Arte Moderno de la CDMX, de la que hablaremos la semana entrante.

Hoy me gustaría que le tomaran el pulso a su temperamento y a su sentido del humor, leyendo sus propias palabras y así de paso, aprovecho para que nos enteremos del por qué de su seudónimo: 

“En el barco sufrí una tempestad terrible, por poco se hundía el barco… Tenía agua, caray, y yo con este nombre. ¡Me voy a poner agua en algún idioma! Me pareció que no había ninguno suficientemente bello para que yo lo llevara. Agua en francés eau, en español también. Me voy a poner agua en náhuatl.

Me puse Atl. Llegué a París, firmé con ese nombre mis cuadros, mis compromisos, etcétera. Llegué a Roma, en la universidad me gradué de doctor en Filosofía y me volví a París. Ahí me encontré a Lugones, el gran poeta argentino, quien me dijo “Eso de Atl solo está muy feo, ¿por qué no te pones algún título?” “¿Título de qué, de príncipe, de rey? Soy doctor en Filosofía.” “¡Dr. Atl!”, exclamó Lugones. Al día siguiente llamamos a los amigos, que eran muchos, y en su departamento, que era muy bonito, pusieron una tina, la llenaron de champaña, me desnudaron y me metieron dentro. Me dijeron “Tú eres Dr. Atl”. Y desde entonces soy Dr. Atl”.

POR JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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