LA NUEVA ANORMALIDAD

Xóchitl para escépticos

La aspirante a la candidatura presidencial del Frente Amplio por México podría ser la única figura capaz de derrotar un régimen crecientemente autoritario

OPINIÓN

·
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Rarísimo es que me haga reír un cartón de Rafael Barajas “el Fisgón”. No pude, sin embargo, sino soltar una franca carcajada ante aquel en que una Xóchitl Gálvez caricaturizada con un tocado indígena más apache que azteca –y éste sobre una melena que ostenta, como en la realidad, corte a la moda y alaciado de salón– profiere un “Yo, Gran Jefa Botarga Inflada, ser candidata pueblos originarios… mi madre india de los concanacos, mi padre raza de concamines… de tierra de Coparmex”.

El chiste es eficaz por cruel, y cruel por pertinente. Si Norman Mailer tenía razón cuando decía –a propósito de Marilyn Monroe– que toda mujer que se decida rubia es rubia, cierto será también que todo aquel que se identifique como indígena lo es: así funciona la identidad en una sociedad diversa. El asunto con Gálvez es que su personaje público –a diferencia del de, pongamos, Eufrosina Cruz– difícilmente puede ser construido como tal: por como habla, por como se viste, por su hoja de vida, es legible como producto del éxodo rural, de la educación pública, del mérito y del esfuerzo, y a partir de ello como alguien que pasó de la clase popular a la media alta, y de la iniciativa privada al servicio público, todo lo cual es loable y muestra su capacidad para poner en uso el conocimiento, construir oportunidades y superar la adversidad. No necesita forzar en su discurso un origen parcial indígena –no demasiado distinto del que acusamos la mayoría de los mexicanos– para allegarse legitimidad: la tiene.

La tiene, de hecho, aún cuando a muchos no nos guste su forma de hacer política. A quienes concebimos el trabajo legislativo como encarnación del espíritu dialogante y constructor de acuerdos de la democracia, y no como avatar de un show business estridente y ramplón, se nos atoran sus escenas encadenada a una curul, pernoctando en el pleno o –como bien aprovecha El Fisgón– tomando la tribuna ataviada con una botarga de dinosaurio. Habrá, sin embargo, que reconocerle que en cada caso su histrionismo ha sido en defensa de ideas democráticas –evitar el mayoriteo fast track de leyes, frenar la destrucción de un INE autónomo, urgir al nombramiento de los comisionados que necesita el INAI para funcionar– y que, en un país de ciudadanía incipiente y democracia imperfecta, ese estilo que genera el rechazo de algunos como yo concita el entusiasmo de las mayorías. 

En Xóchitl Gálvez podríamos haber encontrado los demócratas mexicanos a la única figura capaz de derrotar hoy un régimen personalista y crecientemente autoritario, a punta de un carisma que no puede sino resultar sospechoso pero siquiera no de ideas perturbadoramente antidemocráticas, como las de la igualmente histriónica Lily Téllez, hoy por fortuna ajena a la contienda. No es poco. 

De hecho, es muchísimo.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG: @nicolasalvaradolector

LSN