Justo cuando el presidente López Obrador, en su calidad de jefe y estratega de campaña, había impuesto las reglas para la desenfrenada competencia de sus llamadas corcholatas, y en medio de un gran furor por lo que parecía una victoria cantada con anticipación, apareció en el horizonte político el fenómeno llamado Xóchitl Gálvez.
Xóchitl encarna a la perfección la candidatura ideal que Morena no pudo construir: nacida en una comunidad marginada, emprendedora por vocación y necesidad, exitosa profesionista y empresaria, es el arquetipo de la mujer que se ha hecho a sí misma, y de la mexicana que es capaz de superar las más adversas condiciones para fraguarse un nombre y un prestigio, que pronto fue objeto de reconocimientos internacionales.
Las personalidades del presidente y de la aspirante a ser la candidata del Frente Amplio por México no podían ser más contrastantes. Mientras Xóchitl vendía gelatinas en su pueblo natal para sufragar los gastos familiares y para forjarse un futuro, López Obrador era parte del PRI, el partido oficial del que renegaría después al no obtener una candidatura. Mientras López Obrador tomaba pozos e instalaciones petroleras y comenzaba su carrera política basada en el chantaje y la ordeña de recursos públicos, Xóchitl se esmeraba en sus estudios y lograba realizar sus sueños y aspiraciones, con enormes esfuerzos y considerables sacrificios.
Igual de contrastante es hoy la lógica presidencial de una campaña interminable, con corcholatas que recorren el país haciendo uso de abundantes recursos de origen poco claro, e inundan ciudades y caminos con costosa propaganda, mientras que el Frente Amplio por México ha desplegado una nueva forma de construir una candidatura viable y solvente, basada en alianzas con la sociedad civil.
El banderazo de salida para las corcholatas, las ha sumido en una carrera desenfrenada para agradar en todo momento a su jefe, con discursos y propuestas que defienden las acciones de la Cuarta Transformación, mientras proponen continuidad sin cambio. Morena reeditó la vieja tradición priísta del tapadismo, mientras busca regresar a la dinámica de una elección de Estado, con abundante derroche de recursos públicos, acarreo de personas bajo amenaza de despido o con dádivas y promesas y haciendo uso de todos los recursos del Estado para ganar, aunque sea de la peor manera.
El Estado mexicano se ha convertido en un inmenso aparato de propaganda que promueve supuestos logros gubernamentales a la vez que busca ocultar el horror que todos los días se vive en nuestro país. Las instituciones se usan facciosamente para perseguir a la candidata puntera del Frente, incluso cometiendo delitos graves, como la revelación de secretos fiscales. Este abusivo uso del poder contrasta con la fuerza social que da aliento a Xóchitl, con eventos plenos de personas voluntarias que viven una euforia política sólo comparable a lo que sucedió en las elecciones de 1988 y de 2000.
Estamos ante un nuevo renacer de la sociedad civil justo cuando más lo necesitábamos, que ha arropado y cobijado a Xóchitl, quien se ha convertido en un auténtico fenómeno político de oposición. Su autenticidad, su discurso directo y su trayectoria de vida es todo lo que López Obrador hubiera querido proyectar de sí mismo y de sus corcholatas.
Para desgracia del presidente hay un pasado plagado de errores y omisiones gubernamentales que lastra las candidaturas de Morena y un presente preocupante que revela las más burdas y primitivas formas de hacer política: ataques permanentes desde las Mañaneras, mentiras interminables, propaganda abusiva y una andanada de calumnias y despropósitos que todos los días se vierten en las redes sociales.
Las y los compañeros de Xóchitl en el Senado conocemos y respetamos su exitosa trayectoria en los sectores público y privado y la valoramos como una mujer congruente, íntegra, valiente y luchona. Para cada sesión se prepara con esmero, demostrando un gran dominio de temas técnicos sumamente complejos. Sus propuestas en política energética y ahora en seguridad y en otros grandes rubros de la agenda nacional no son vanas repeticiones de fórmulas desgastadas, ni ideas descabelladas e impracticables. En ella conviven a la vez la mujer práctica y la mexicana que ama y desea lo mejor para su país.
Xóchitl, como todo fenómeno político, tiene el reto monumental de mantener prendida la llama de la esperanza, esa que prendió una mañana del 12 de junio, ante unas puertas de Palacio Nacional que, como es usual, están siempre abiertas a aduladores y secuaces, pero cerradas a la ciudadanía, que todos los días se esfuerza y lucha por engrandecer a su país. Con la candidata puntera, México podría recuperar la esperanza que el actual presidente dijo encarnar, pero que con sus acciones y dichos se ha dedicado a destrozar.
Gina Andrea Cruz Blackledge.
Senadora por Baja California / Presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores América del Norte.
@GinaCruzBC
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