De manera intempestiva hemos atestiguado, para envidia de las futuras generaciones, la zoológica transformación de nuestro bienamado líder, el señor presidente Andrés Manuel (perdón por la confianza), quien de peje ha mutado en pavorreal, ave símbolo de la elegancia emplumada, abanico en movimiento o —como escribió Tablada— “… largo fulgor, por el gallinero demócrata”, por el cual “transita como procesión...”.
Muchas veces nos dijo: “soy peje, pero no soy lagarto”, y en esa colección de animales, de la ictiología al mundo de los saurios (muy distinto del planeta de los simios con embajada en el gobierno de Veracruz), encuentra él mismo su nueva clasificación, la cual —obviamente— se debe al envanecimiento, la infatuación o la autosatisfacción por los propios resultados, pues el motivo actual del orgulloso despliegue de su colorido plumaje, expandido para cortejar a la pava realidad, es el éxito de sus programas sociales, la recuperación del poder adquisitivo del dinero; el tipo de cambio cuya estabilidad resulta altamente satisfactoria y todo aquello por cual vamos bien, muy bien, requetebién…
Pero cuando entre gritos de extrema agudeza el pavorreal —gran gallinazo vestido de torero—, impresiona a escuálidas guajolotas con plumaje de obreras reproductoras, un peligro lo acecha desde su propia mirada: se cae de vergüenza cuando mira sus garrudas patas feas y prietas.
Y esto de prietas y feas no sugiere la apariencia de ninguna persona, es un símbolo nada más de los riesgos en la fugacidad vanidosa del pavorreal, cuya mirada lo descubre en su verdadera condición de enorme pajarraco feúcho si se le quitan los azules y tornasoles verdes de la esmeralda y el zafiro de sus largas y abanicadas plumas.
Sólo le quedan las horrendas patas.
Si hacemos una comparación como de fábula; pues eso mismo le puede ocurrir a quien herido por la engañosa saeta de la vanidad se sienta ufano, henchido y orgulloso de sí mismo, como ahora vemos, porque si observara sus propias patas (en este caso piernas, pies o extremidades inferiores), vería desilusionado su verdadera realidad.
Así podemos leer a Rubén Darío, en su faceta de fabulador:
“Ve un zorzal a un pavo real/que se esponja y gallardea, /le mira la pata fea /y exclama: "¡Horrible animal!"/sin ver la pluma oriental, el pájaro papanatas.
“Gentes que llaman sensatas/son otros tantos zorzales, /cuando encuentran pavos reales/sólo les miran las patas”.
Y esto habla de quienes son reacios a reconocer lo bueno, y buscan nada más las patas en lugar de cantar los méritos del plumaje; por eso yo —como Lara— le canto al Pejepavo:
“…el hastío es pavorreal que se aburre de luz en la tarde…”.
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
@CARDONARAFAEL
MAAZ