Dice López Obrador que él no inclinará la balanza, mas resulta infructuoso disimular. Desde las elecciones intermedias del 2021 se ha dedicado a lograr un piso disparejo en la vida política nacional, donde lo que se privilegia es su decisión y el manejo de sus tiempos. No sólo no ha mandado “al carajo” a las lacras del pasado, las ha revivido convirtiéndolas en el sello de su administración: un presidente que ha sido un magnífico dirigente partidista y un pésimo gobernante.
La mentira incluye lo que se refiere al proceso presidencial sucesorio morenista. Según el inquilino de Palacio, el dedazo ya no existe. Creer en su palabra es risible. ¿No es él quien lleva formuladas más de cien mil mentiras tan sólo en sus mañaneras?
Vale la pena, al menos, refrescar la memoria con algunos asuntos clave en los que reincide en engañar a la población mexicana para mostrar que, más allá de decir que no se meterá en la definición de los resultados de la dichosa encuesta para determinar quién será el abanderado presidencial de Morena, él mantiene esa práctica.
Pequeña lista de falsedades, algunas de ellas resultantes en criminalidades contra la población:
a) Todo lo relacionado con la estrategia de combate al covid; desde su estampita “detente”, que no sirvió, hasta soslayar que las vacunas de Pfizer que se aplicarían resultaron estar diluidas. Sin olvidar que México fue el país con mayor número de muertos por el virus entre quienes trabajan en el área de la salud, además de tener uno de los más altos índices mortales como resultado de la pandemia a nivel mundial.
b) Cada vez que dice que no hay matanzas. La última sucedida en Nuevo Laredo, Tamaulipas, a manos de militares. Pese a los “abrazos y no balazos”, en lo que va del año en nuestro país se han registrado al menos 191 matanzas, esto es, asesinato de tres o más personas (Causa en Común, A.C.). Para los más puristas del lenguaje, en lo que va del sexenio suman 30 masacres (matanza de decenas de personas, por lo general indefensas).
c) Pañuelito blanco. Cada vez que insiste en que ya no hay corrupción en su gobierno, para que luego aparezca un Segalmex, estafa mayor a la Estafa Maestra; cochupos en la SEP; sobreprecios en el IMSS; una desaparición del INSABI con todo y sus recursos; Ana Gabriela Guevara y su gestión al frente de la CONADE; etcétera. No olvidar los sobrecitos amarillos.
d) Cada vez que defiende al inmaculado verde olivo, para que resulte ser que los mismos militares —vía los Guacamaya Leaks— muestren sus mentiras y las canonjías con las que cuenta el alto mando militar. Muy pronto olvidó mandarlos a los cuarteles y les entregó el control del país.
e) Sobre la “austeridad republicana”, la cual florece cuando se trata de cuidar de la salud de los ciudadanos, pero mágicamente desaparece cuando se trata de su salud (la del mandatario) y la de sus hijos. Desde traer medicinas del extranjero que la COFEPRIS no permite su entrada y distribución para el resto de los mexicanos, hasta volarlo en helicóptero de Chiapas a la Ciudad de México para practicarle un cateterismo (que quede claro: considero perfecto hacerlo cuando se trata del presidente de México, pero entonces que se ahorre el discurso de que los servicios de salud en el sureste mexicano son de primera).
f) La misma “austeridad” en sus gastos o cuidados personales. Desde el Jetta que se convirtió en Suburbans, el Estado Mayor Presidencial que ya no existe pero igual sí lo cuida, hasta los gastos de vivir en un Palacio o el costo de sus mañaneras…
Las mentiras y falsedades continúan. Se requeriría mayor espacio del que hay en esta columna sólo para enumerarlas. Lo que es cierto es que la suma de tantos fingimientos e hipocresías muestra que no hay forma de creerle.
Entonces, volvamos al dedazo: él marca la agenda partidista, él es quien decide cuándo, cómo y porqué tienen que renunciar sus corcholatas, él toma las decisiones de fondo; hay dedazo.
La imposición de sus tiempos, el atole a sus corcholatas (y de paso a todo el pueblo de México), las actividades partidistas siendo presidente de todos los mexicanos, la actuación como dirigente partidista en lugar de como gobernante son muestras inequívocas de que la balanza ha estado inclinada desde un principio. De que el dedazo no ha muerto, y que él y solo él es el gran elector.
Él dirige, impone, explica. Lleva el proceso, no sabe ni comprende de imparcialidad y conduce los procesos electorales como dirigente de partido. Como un presidente priista en su mejor momento.
Ahora sí, todos listos para lo que diga su dedito. Y a todo esto, ¿el show cuánto nos va a costar?
POR VERÓNICA MALO GUZMÁN
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@MALOGUZMANVERO
MAAZ