COLUMNA INVITADA

Caminar, meditar, abrazar la lentitud

Alguna vez le preguntaron a Fuentes qué necesitaban los jóvenes para escribir, y parco contestó: tiempo

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de México
Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Empieza el verano, o su remedo, aún en este hemisferio. Yo comienzo también un sabático que está lleno de planes de escritura y para el cual, primero, deberé desconectarme de mi yo habitual, ese que hasta hace pocas semanas no sólo seguía dando clases, sino que estaba lleno de compromisos académicos —cartas de recomendación, reseñas, dictámenes— y también de viajes por motivos de trabajo que sé muchas veces se aceptan sin pensar, en menoscabo de la tranquilidad de ánimo y el tiempo no interrumpido que se necesita para lanzarse a un gran proyecto literario. Alguna vez, de hecho, le preguntaron a Carlos Fuentes que necesitaban los jóvenes para escribir y parco contestó: tiempo. Ese bien no renovable que a cierta edad sabes que ya se te está escapando para siempre. Según algunos autores, un proyecto de cierta envergadura en cualquier área del arte requiere al menos cinco años. Alguien pragmático vería su edad —la mía, en este caso— y diría que le quedan a lo mucho cuatro grandes proyectos, de ahí la necesidad de enfocarse, de dedicarse en cuerpo y alma.

Wallace Stevens escribió: “En mi habitación, el mundo rebasa mi entendimiento, pero cuando camino veo que consiste en tres o cuatro montes y una nube”. Esta frase que es para mí como un mantra me obliga a pensar, entonces, en que, a esa soledad, ese recogimiento y ese tiempo esenciales para la creación le hacen falta también elementos que lo alejen a uno del encierro y todo lo que conlleva. Octavio Paz aseguraba que la mayoría de sus poemas, especialmente los largos, los había escrito caminando. “Nocturno de San Ildefonso”, es cierto, sólo se explica como un largo deambular por la noche, la memoria y la geografía de la ciudad. Así que una posibilidad es utilizar la caminata como meditación. Incluso como hacen algunos llevar una pluma o un cuadernillo y anotar ideas a vuelapluma.

Aquí en Estados Unidos se considera prestigioso contestar a la pregunta cómo estás no con un bien o mal o más o menos sino con un: ocupado. El ocio es un pecado mayúsculo. El hermano del novelista William James escribió un opúsculo “Evangelio de la Relajación”, para él sus compatriotas se habían acostumbrado a trabajar de más, viviendo con taquicardia emocional, sin aliento. Los expertos insisten en que caminar alrededor de una hora y hasta cuatro conseguirían meter al artista o al científico en un estado mental parecido a la levitación, más adecuado que el encierro en el estudio o en el laboratorio. Dickens o Thoreau lo hacían todo el tiempo, igual que Tablada o Couto Castillo en el México porfirista. Hoy ya no sólo no caminamos, sino que tomamos el auto para todo, sin siquiera mezclarnos en el transporte público. Solitarios, ensimismados, nos ponemos audífonos para no dejar entrar la realidad. Vivimos anestesiados frente al exterior.

Hace tiempo un amigo me decía que no estábamos educando bien a la juventud, pues lo hacíamos pensando en la verdad, la certeza, lo inamovible. Decía que la verdadera enseñanza, particularmente la universitaria, debería darse en la incertidumbre. El joven que sale de la escuela debería ir equipado con un arsenal de herramientas para hacer frente, como pedían los estoicos, a la vida misma, de la que no sabemos nada, salvo que vamos a morir. Yo agrego a esa pregunta, ahora que pienso en cómo detener el tiempo —mi tiempo— en otras dos grandes enseñanzas estoicas: el derecho a no tener opinión y la dicotomía del control. De acuerdo con lo primero me reservo mi opinión, que es de lo único que tengo control, y escucho porque tengo dos oídos y, en cambio, solo una boca. Respecto al control sólo debería preocuparme, como pensaba Epicteto, aquello que está a mi alcance. Lo demás no tiene sentido y nos roba tranquilidad, energía y fuerza. Nos roba tiempo.

Así que hago una propuesta a mis lectoras y lectores de El Heraldo de México para este verano. Detengámonos del todo a pensar. Caminemos largos trechos sin otro fin que entrar en nosotros mismos (sin orejeras y audífonos), busquemos la calma, la lentitud y el sosiego. Sólo desde ese temple anímico podremos retomar nuestros grandes proyectos, los únicos que verdaderamente importan.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU 

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