Ante un incremento en las adicciones, particularmente en jóvenes, debemos tomar en cuenta varios aspectos de índole económica y cultural para abordar el problema. El gran problema de las adicciones es la pobreza. Mientras las condiciones políticas, sociales y económicas del país no se transformen para crear oportunidades de igualdad para todas y todos los mexicanos, las adicciones y el tráfico de estupefacientes no se detendrán.
El consumo de estupefacientes, alcohol y drogas en general es sinónimo de precariedad, marginación, pobreza, desintegración familiar, baja autoestima y ruptura del tejido social. El neoliberalismo rapaz generó cinturones de pobreza en las grandes urbes en desarrollo: Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Chihuahua y Estado de México. Estas zonas se convirtieron rápidamente en un caldo de cultivo perfecto para la desgracia. Los cinturones de pobreza de las urbes son territorios donde vive la clase trabajadora y proletaria, en donde la mayoría de los hijos se crían solos o, en el mejor de los casos, los cuidan sus hermanos mayores.
Esto se debe a que ambos padres trabajan o son familias desintegradas. La condición social de marginación es un caldo de cultivo perfecto, porque reúne gente de zonas muy complicadas. Entonces, mientras mamá y papá trabajan, los jóvenes se juntan con gente conflictiva y, en la gran mayoría de los casos, hacen lo único que se les ocurre hacer: consumir diferentes tipos de drogas o empezar a hacer acciones de delincuencia social. Las condiciones de precariedad fomentan que siempre haya alguien más viciado que el otro; en gran medida por la desintegración familiar y la normalización de la violencia.
Ese es el momento donde las ideas negativas prosperan. Generalmente empiezan en la primaria o en la secundaria con estimulantes suaves como el cigarro o el alcohol. En muchos casos, las niñas y los niños que inician este tipo de conductas se debe a que “la escuela” no “les entra en la cabeza”, así que vierten sus aspiraciones en otros sueños como irse al gabacho y ganar en dólares; o simplemente tener más y mejores ingresos.
En un contexto donde el tejido social está profundamente fragmentado y donde hubo un Estado que no se hizo cargo de repararlo, prosperaron las conductas antisociales y delictivas que convirtieron a los jóvenes en blancos del crimen organizado para reclutarlos en sus filas.
Definitivamente, en el campo los programas más importantes para combatir la pobreza han sido los Programas prioritarios de Bienestar. Pero incluso con las aportaciones directas al ciudadano como en el programa Sembrando Vida, o las becas educativas, no se ha detenido el aumento de las adicciones y el crecimiento del crimen organizado en las comunidades y núcleos agrarios.
Debemos ser autocríticos.
Además de garantizar que las y los jóvenes, tengan una fuente de financiamiento gracias al estudio o a ser aprendices, debemos de trabajar en una revolución de las conciencias, con formación política que nos permita decirle NO al consumo de drogas.
Pero hay que hacer una retrospectiva y volver sobre los pasos de quienes estuvieron antes que nosotros; hoy en día se vuelve necesario retomar las enseñanzas de los núcleos agrarios y los proyectos políticos como las autonomías, que actualmente continúan en pie y en rebeldía por la patria, la justicia y la dignidad.
POR JOSÉ NARRO CÉSPEDES
COLABORADOR
@JOSENARRO
LSN