Así bautizados por el escritor argentino, Osvaldo Bayer, fueron ciertos anarquistas, héroes y delincuentes sociales que, si bien atacaban con bombas y a punta de pistola al régimen autoritario y a la sociedad “burguesa” del Bueno Aires de principios del siglo XX, también censuraban, en sus periódicos clandestinos, y con el mismo rigor, a la dictadura bolchevique, defendiendo un vellocino de oro transparente e inmanente: la libertad. Guerrilleros que no contaban con el respaldo de ninguna potencia extranjera que les enviara fondos y armas, ni lugar en dónde refugiarse cuando las cosas se ponían peligrosas. Vivían con los segundos contados, sin tregua, porque sabían que al menor descuido quedarían destinados al fusilamiento en la calle o en el paredón.
En la historia del mundo como en la moda casi todos los patrones se repiten con algunas notas distintivas. Hoy, en el drama social, en el contexto actual donde ya no es posible la conversación razonable, los expropiadores modernos se arrogan, enarbolando el pabellón de la libertad, el derecho exclusivo a la razón y al bien hacer, no importa cómo, mientras el fin sea “bueno”, los medios no importan: Las bombas se han transformado en mentiras de estruendo, y las pistolas, en extorsión y tergiversación de los hechos.
Y como no hay medias tintas, en este caos informativo de menosprecio a la verdad y su correcta difusión, el sentido común quedó abandonado en un laberinto; hoy reina la intolerancia. Voces atronadoras que adjetivan todo y a todos. ¿De verdad?
El presente es linchamiento. No hay inteligencia; hasta aquellos medios que años atrás se habían distinguido por su objetividad, hoy están inmersos en esta guerra civil de palabras y descalificaciones. El odio se refleja con intensidad. Hemos dejado de ser generosos.
Veamos a la “sociedad civil organizada”, por ejemplo, la asociación Mexicanos Contra la Corrupción, parecen expropiadores modernos, no son impolutos y, en realidad, se mueven en función de intereses, casi siempre ocultos y hasta con patrocinio de gobiernos extranjeros, oponiéndose y descalificándolo todo, incluso, aquello que en el pasado avalaron, por acción u omisión.
Lo mismo sucede en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la cual, nunca ha sido ajena e imparcial; no ha sido ni es hoy un poder independiente; nos guste o no, los ministros han respondido y responden a intereses propios y ajenos; desde convicciones personales hasta favores eternos. Sus designaciones no resultan de intervención divina, derivan de un contexto perfectamente reconocible; y ni son los mejores juristas, y tampoco son incorruptibles; juegan en el mismo tablero de la política con todo lo que ello implica.
¿A dónde ir, pues? Habría que tener certeza primero del punto de arranque. Reconocer nuestros males actuales nos ayudará a trazar la ruta más adecuada.
¿Qué hacer para romper la dinámica actual?
Dijo Bartolomeo Vanzetti, uno de los verdaderos expropiadores: “Nosotros nos llamamos libertarios, lo que significa que creemos que la perfección humana debe ser obtenida con el máximo de libertad y no por efecto de coerción, y que todo lo que hay de malo en la naturaleza humana puede ser eliminado solamente con la desaparición de sus causas y no con la coerción o alguna imposición que provoca mayores daños, agregando mal al mal”.
Empecemos por ahí.
POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
SOCIO DIRECTOR DE LATORRE & ROJO, S.C.
@DIEGOLGPN
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