COLUMNA INVITADA

Cháak mo'ol, “garra de la lluvia”

En México solemos entronizar a los viajeros exploradores como si se tratase de auténticos eruditos y filántropos; pero, como suele decirse, “hay de todo como en botica”

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México
Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

El reconocido saqueador británico Augustus Le Plongeon (1825-1908) exploraba Chichén Itzá buscando las pruebas de la fundación del antiguo Egipto por los mayas, cuando descubrió en 1874 la escultura de un hombre reclinado, la cabeza alzada y girada, las piernas formando un arco y sosteniendo una vasija con las manos sobre su vientre. En conjunto la figura, que emergiera de un banco de materiales en la plataforma de las águilas y los jaguares, quizá sirviera de piedra de sacrificios (techcatl) y de cuauhxicalli, depósito de corazones de los inmolados. Se le impuso un apelativo arbitrario de ambiguo significado: Chac Mool, apelativo maya que lo mismo apunta a un "felino rojo"" que a una "semilla alucinógena" parecida a un frijol bermejo o hasta “garra de la lluvia”.  

En México solemos entronizar a los viajeros exploradores como si se tratase de auténticos eruditos y filántropos; pero, como suele decirse, “hay de todo como en botica”. Unos son filibusteros y saqueadores como Lorenzo Boturini, Jean-Frédérick Waldeck o Edward Herbert Thompson, quien adquiriese Chichén Itzá por 75 dólares, dragase el gran cenote del sitio y contrabandeara sus hallazgos.

Otros se interesan por azar, como Teobert Maler, cadete del ejército de Maximiliano, quien se revelará fotógrafo excepcional y guardián del patrimonio, después expedicionario clave del Peabody Museum. Y los hay que si forman parte de misiones científicas, Alfred Percival Maudslay y sus 50 volúmenes de Biologia Centrali-Americana; Désiré Charnay, y el reencuentro de Comalcalco; Eduard Georg Seler y Cäcilie Seler-Sachs y sus quince libros; Sylvanus Griswold Morley, el reconstructor de Chichén Itzá y Uaxactún en El Petén guatemalteco, en nombre del Instituto Carnegie, que después se descubriese que era espía estadounidense de la Oficina de Inteligencia Naval.  

Tan conspicuo delincuente se afanó en obtener el permiso de exportación del monolito, incluso lo escondió en el cercano pueblo de Pisté para que no lo encontrasen las autoridades. De nada valieron sus argucias. Finalmente arribó la respuesta del Ejecutivo mexicano, que fue negativa, en observancia de la ley de 1827 que declaraba no exportables los bienes arqueológicos, aunque reconocía su propiedad por particulares. Y ante esto, el matrimonio huyó a Isla Mujeres y Cozumel, mientras el director del Museo de Yucatán, Juan Peón Contreras, auxiliado por las fuerzas armadas, recuperó la escultura que, a estas alturas, se había convertido en un símbolo de la identidad peninsular, trasladándola a Mérida en medio de una auténtica verbena popular, que sería fugaz.

Por presiones federales, el gobernador interino Agustín del Río (1877), entregó el Chac Mool al Museo Nacional de Arqueología e Historia. La joya arqueológica sería transportada en el buque Libertad de la Armada a Veracruz, para emprender su peregrinaje a la antigua Ciudad de los Palacios, y fijar domicilio en Palacio Nacional, en la que fuera Casa de Moneda, al centro de su patio.  

A raíz del hallazgo de Le Plongeon, como por arte de magia comenzaron a brotar sus almas gemelas en los cuatro puntos cardinales de Mesoamérica, recuperándose varios más en sitios como Tula, Tlatelolco, Chichen Itzá y otros 17, Tzintzuntzan, Tenochtitlán, Ihuatzio o Cacaxtla. En ningún caso se resuelve su función. ¿Gozne entre lo profano y lo sagrado que articula los trece niveles celestes, el único plano de los seres vivos y los nueve del inframundo? Entes de ficción que suelen localizarse al pie de los altares, al ingreso del juego de pelota o en la boca de los templos. Empero, su ubicación no resuelve de quién se trata. El misterio permanece hasta nuestros días.  

El patrimonio es origen y destino de nuestra identidad nacional, si no lo valoramos y nos volcamos a su cuidado y conservación, naufragaremos sin remedio. Debemos hacerlo. 

 

Luis Ignacio Sáinz

Colaborador

sainzchavezl@gmail.com

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