Los políticos no tienen empacho en violar reglas y tiempos del proceso electoral cuando de placearse se trata. Llaméseles coordinadoras o precandidatas, las abanderadas del oficialismo y la oposición llevan meses en campaña activa, recorriendo el país, tomándose selfies, arengando a las masas: de candidatas, pues. En una sola cosa sí resultan respetuosísimas de lo que dice la legislación electoral: si alguien les reclama que su discurso esté ayuno de propuestas reviran que la Ley les impide formularlas hasta que inicien las campañas formales, que ya habrá tiempo.
Durante su exitosa pero a fin de cuentas malograda (pre)campaña presidencial, Samuel García se presentó como la encarnación de la “nueva política” pero a fin de cuentas resultó la misma gata ya no revolcada sino exacerbada, es decir un avatar de la política entendida como show autorreferencial.
A lo largo de los 10 días en que (pre)contendió, la opinión publicada decía que García había acaparado la conversación política en el país, y los analíticos de redes sociales parecían validarlo. ¿Cómo lo logró? Primero con un video de su esposa –ni siquiera suyo– en que la guapa influencer de maquillaje despierta en su mansión sampetrina, se somete a las abluciones matinales e ingresa a su walk-in closet para desempolvar sus tenis fosfo fosfo como si fueran las botas de John Wayne. ¿Para qué? No importa: Destry Rides Again to virality.
En el otro sí aparece el entonces todavía precandidato, siempre acompañado de la mujer que la ha dado una hija y unos followers: van Mariana y Samuel en auto por la carretera, comiendo comida chatarra y coreando aquella canción de Laureano Brizuela que rima “una estrella de rocanrol” con “presidente de la nación”; en intercortes, una Claudia Sheinbaum de semblante funéreo musita en su habitual tono cansino banalidades inespecíficas sobre las bellezas del paisaje que ella recorre en auto a su vez. ¿Tiene alguien algo que decir sobre la gente que ahí vive, sobre las cosas que ahí pasan o no pasan? Nop: para unos hacer política es ser tiktokers, para la otra es inmolar el cuerpo en la hoguera de las vanidades de un youtuber.
La culpa no es del político sino de quien lo hizo viral. Es decir de quienes no podemos resistirnos al meme y al bailecito, al gag y al chascarrillo, al sticker y al tren del mame. Cierto es que somos condicionados a ello todos los días con sistémico pavlovianismo por un hombre que cree que hacer política es que todo mundo hable de él todo el tiempo. También es verdad que es nuestra hueva de pensar la que nos ha llevado a moldear el mundo a imagen y semejanza de Tik Tok.
Samuel no se ha ido: está en todas partes, signo de los tiempos, forma y acaso fondo de estos días. No El Nuevo sino Lo Nuevo.
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POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
IG y Threads: @nicolasalvaradolector
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