Héctor planea darse a la fuga en Navidad. Lo mismo planeó el año pasado y el anterior y el anterior. De hecho, tenía 17 años, cuando por primera vez contempló la idea de estar lejos durante las fiestas. En aquel entonces, fue como si se hubiera encendido una luz en su cerebro y pudiera ver a su familia de una manera completamente diferente. Y lo que vio, no le gustó.
¿Quiénes eran aquellos extraños personajes que se reunían una vez al año a decir banalidades, alrededor de una mesa repleta de comida y alcohol? Los mismos chistes, las mismas historias, las mismas mezquindades, las mismas agresiones pasivas.
–¡Los mismos prejuicios! –exclama Héctor, molesto–. ¡La misma hipocresía! Muchos, en el fondo, se caen mal, algunos hasta se odian, pero nadie habla de eso. Como es Navidad, todo tiene que ser dizque paz y armonía. ¡Puras mentiras! Se gastan un dineral, ¿y todo para qué?
Con tal de sacarse la foto navideña de la bonita familia unida.
¡Qué asco!
Miro a Héctor, sentado en el sillón frente al mío. En esta época del año el consultorio es un poco más frío, y los dos nos servimos un te para acompañar la sesión. Le doy un trago al mío, antes de proponerle:
–Oye, Héctor, ¿y por qué no te brincas la Navidad? Si eso es lo que sientes y piensas, ¿para qué ir?
Héctor sacude la cabeza y me mira con franco desdén. Parece que lo he decepcionado con mi pregunta.
–Ay, Margarita, por favor. ¿De qué estás hablando? ¿Cómo voy a faltar a la Navidad? ¿Te imaginas? A mi mamá le da un ataque, y mi papá, no se diga. ¿Y que diría el resto de la familia? Olvídalo. Es imposible faltar a la cena de Navidad. Lo que necesito es que me ayudes a sobrevivirla.
Las fiestas navideñas son estresantes. Hace algunos años, la Universidad de Harvard realizó un estudio al respecto, donde el 62% de las personas encuestadas dijo sentirse estresada en Navidad. Según ese y otros estudios posteriores, las causas principales del estrés navideño son tres: 1) las exigencias económicas; 2) navegar las dinámicas interpersonales familiares; 3) tratar de mantener los hábitos saludables personales durante la temporada navideña, tales como la alimentación, el ejercicio y la ingesta consciente de alcohol o, en el caso de las personas adictas, la sobriedad.
¿Por qué resultan tan estresantes las fiestas navideñas? Una explicación posible tiene que ver con nuestras expectativas. En este sentido, la mercadotecnia parece haber desplazado significativamente a las creencias religiosas. Durante la temporada navideña, la mayoría de las personas invertimos nuestro tiempo, dinero, atención y energía en socializar, comprar, comer y beber. Duplicamos o triplicamos los compromisos sociales y los gastos económicos. Abandonamos las rutinas que nos ofrecen, más o menos, salud y cordura durante el resto del año. Todo esto hace que el sistema nervioso autónomo detone una respuesta de estrés, como si estuviéramos en riesgo. Y lo estamos.
¿Riesgo de qué? De indigestarnos, en más de un sentido. En términos metabólicos, corremos el riesgo de que nuestro sistema digestivo se vea rebasado, y nos suba peligrosamente la glucosa o el colesterol. Al dejar nuestras rutinas de ejercicio, corremos un riesgo doble: perder condición física y quedarnos sin una herramienta esencial para disminuir el estrés. El aumento drástico de nuestros encuentros sociales durante la época navideña le abre la puerta a decenas de riesgos más, de carácter interpersonal. Nuestra capacidad de tolerar el no caer bien se pone a prueba, como nunca en todo el año, por el solo hecho de que la cantidad de eventos sociales aumentan y, con ellos, las oportunidades de sentir, sí, amistad, amor y alegría, pero también ansiedad social, rechazo, desconexión, agresión, culpa y resentimiento.
Todas las emociones, ya sean agradables o desagradables, pueden indigestarnos, al igual que la comida, cuando no somos capaces de procesarlas. Hemos normalizado el aumento de la intensidad emocional durante la época navideña, con la ayuda decidida de una maquinaria que nos manipula emocionalmente para que consumamos más, mucho más de lo que
podemos digerir. Tanto es así, que incluso hemos normalizado la devastación que viene después. En México, incluso le hemos dado un nombre: “la cuesta de enero”. Se trata de una escarpada experiencia, no sólo en términos económicos, sino también fisiológicos, mentales y emocionales.
¿Qué podemos hacer para cuidarnos mejor en Navidad? Lo primero es elegir. Tenemos que plantearnos seriamente cómo queremos invertir todos nuestros recursos, no solamente los económicos, sino también los emocionales y mentales. En lugar de rendirnos ante la creencia de que hay que hacerlo todo, comprarlo todo, comerlo todo, socializar con todas las personas, es mejor que nos pongamos a planear nuestro mes de diciembre, en forma realista, de acuerdo con nuestras propias necesidades.
Al planear nuestro diciembre, conviene practicar la honestidad radical. Digan lo que digan los comerciales navideños, la palabra “no” es maravillosa, y hay circunstancias en las que decir que sí, por mera obligación, puede amenazar nuestra salud. Ese es el caso de la mayoría de las mujeres mexicanas quienes, según las más recientes encuestas del INEGI, siguen haciéndose cargo del grueso de las tareas de organizar, limpiar, decorar, cocinar y atender a todo mundo, durante todo el año, ni qué decir en Navidad. Se vale decir que no. Se vale pedir ayuda. Se vale inventar pretextos. Se vale no dar explicaciones.
Es necesario que todas y todos nos cuestionemos nuestra necesidad de asistir a la cena de Navidad, o a cualquier otra reunión decembrina, cuando hacerlo implica convivir con alguien que nos ha violentado en el pasado. ¿Cuál es nuestra expectativa? ¿Qué vamos a hacer si nuestra expectativa no se cumple? ¿Cómo vamos a manejar el estrés de estar frente a quien nos violentó?
En el caso de quienes están en recuperación de una adicción, planear el mes de diciembre puede ser cuestión de vida o muerte. Si la persona practica un Programa de 12 Pasos, es indispensable tener prístina claridad acerca de los días, horarios y lugares de las juntas, tanto del grupo acostumbrado, como de otros. Es útil también planear cuánto tiempo queremos estar en cada evento social y tener un plan de escape, adecuado para cada circunstancia. La
ocasión de festejar sin alcohol y drogas, es algo que hay que construir conscientemente, junto con otras personas que tengan la misma necesidad.
Hay un regalo invaluable, que todos y todas podemos darnos a diario. Ese regalo es conocernos y aceptarnos, así, tal como somos, con nuestra historia y circunstancias, nuestras heridas y limitaciones. Ese regalo nos permite tomar mejores decisiones y construir una vida que sea un reflejo nuestro, y no de un ideal inalcanzable. Si nos damos este regalo y lo abrazamos en todo su valor, a veces, podemos compartirlo con otras personas, ofreciéndoles un poco de aceptación a ellas también. Si así lo queremos, el espíritu de nuestra Navidad puede tener que ver con eso. Quizás conocernos y hacernos cargo de nuestra humanidad es la tarea a la que no podemos renunciar en ningún momento, menos en Navidad.
POR MARGARITA MARTÍNEZ DUARTE
PAL