Eduardo Soto Millán (3 de agosto, 1956: Leo, signo de fuego) es un astro de la composición musical que ignora la molicie, niega la fatiga, resiste la incomprensión, privilegia la otredad y alienta la pluralidad. Contemporáneo de su propio tiempo, destaca por una capacidad inaudita para hilvanar acontecimientos con principios, pues lejos se haya de refugiarse en una torre de marfil, elige el tráfago de la realidad con las tentaciones del mundo, la carne y el demonio. Y ha sido capaz a lo largo de estos sus primeros cuarenta y cinco años de salir indemne, incluso victorioso. De vocación holística, evoca a Heráclito de Éfeso, “el Obscuro”, quien aseveraba sin compasión: “Una sola cosa es lo sabio: conocer el designio que lo gobierna todo a través de todo”. Y este aforismo rige su vida cual si fuera un mandamiento grabado al fuego en lajas de piedra.
Su retrato es el de un sujeto totalizador, nada le resulta ajeno, ni siquiera los aspectos acústico-espaciales y de percepción asociados con la física cuántica. Heredero no sé qué tan consciente de Max Planck, su música y su sonido, que son a querer o no manifestaciones diversas de las posibilidades de lo real, coinciden en que la energía, sí la luz, es materia, partículas “a chorro”. De modo que, quizá, en las menos convencionales de las partituras de nuestro celebrado hacedor de prodigios sonoros si prestáramos atención podríamos aislar los viajes incansables de ciertos “cuantos” o “fotones”. Su reto consiste en asumir la lucha por la expresión por encima de lenguajes y vocabularios. Lo decisivo reposa en los partos acústicos: qué escuchamos y qué nos transmite eso que escuchamos. Proverbial resulta su fertilidad: alrededor de 200 obras de música de cámara, coral, sinfónica y electroacústica.
Las fuentes nutrientes de su formación apuntan a concienzudos protagonistas del fenómeno sonoro: Julio Estrada, en composición; Ramón Barce, en armonía; Rodolfo Halffter, en análisis; Jean Etienne Marie, en microtonalismo y acústica; Antonio Russek, en música concreta y electroacústica. El rigor de sus años de estudiante llegó, como en el hit parade, para quedarse. Su curiosidad y vocación en la investigación son proverbiales. Es un convencido de la enseñanza-aprendizaje, de modo que nunca ha bajado la guardia: maestro muy reconocido, alumno muy empedernido. Para él se trata de un periplo indisociable el que establecen los senderos del conocer y los caminos del instruir.
Su experiencia manifiesta inmersiones varias, en caudal, en los paisajes y los entornos de su vitalismo y desarrollo creativo. Transparente hasta la médula, enamorado del talento, ha mantenido vínculos formales, dentro y fuera de México, con un sinfín de compositores sin distinción de género, estilo o nacionalidad. Nada lo detiene cuando identifica un móvil sugerente, enriquecedor e innovador. De profunda empatía con el prójimo, y generosidad sin límites, potencia los aciertos de sus colegas, promoviendo su estudio, escucha, edición y difusión. Actitud que no forzosamente ha generado correspondencias y reciprocidades a la altura y en la magnitud de su entrega y compromiso con muchos de esos terceros. Se corrobora así que “hacerle un bien a un ingrato es ofenderlo”.
Frente a los avatares de los envidiosos y las mezquindades institucionales, Eduardo Soto Millán flota en el ambiente por su riqueza espiritual; jamás se atora en los agravios y, prácticamente, a todo le encuentra el lado positivo. Los festejos por sus cuatro décadas y un lustro de trayectoria interpretando sus composiciones comenzaron el 22 de octubre con el 45 Foro Internacional de Música Nueva Manuel Enríquez en el Conservatorio Nacional, continuaron el 4 de noviembre en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, siguieron el 9 y 10 de noviembre en el Teatro Raúl Flores Canelo del Centro Nacional de las Artes, seguirán con el estreno mundial de las “Canciones de Luz” en el marco de las Jornadas INBAL-SACM en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte y concluirán el 3 de diciembre en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes con el concierto monográfico “Silencioso paisaje de sonidos”.
Celebremos la existencia de este compositor genial, gestor y promotor cultural trascendente, catedrático sin igual y ser humano ejemplar. Necesitamos que su ejemplo cunda para el florecimiento de las artes en nuestro país. Solo así reconstruiremos el tejido social de nuestra nación devastada.
POR: LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
EEZ