“Ningún problema económico tiene una solución puramente económica.” John Stuart Mill
Como cada comienzo de año, los pronósticos de la economía nacional es el tema en boga entre círculos de especialistas, medios tradicionales y un público más amplio a través de redes sociales. Y, como ya es costumbre en el país, las opiniones se encuentran divididas acerca de la fortaleza o debilidad de la economía mexicana, de los aciertos o fallas de la política económica doméstica, el “súper peso” y sus motivos internos y externalidades, así como sus beneficios y perjuicios. Esto ha desatado una discusión si un peso fuerte es igual a una economía sana y con desarrollo sostenido.
Este debate se suscitó debido a la apreciación del peso por un poco más del 5 por ciento respecto al 2022, pudiendo obtener un dólar por menos de 19 pesos. Situación que desmontaron aquellos pronósticos de principio de sexenio, cuando se dijo que el dólar se iba a disparar por las medidas gubernamentales en materia de economía doméstica, sin embargo para sorpresa de muchos, el peso ha resistido a los efectos económicos de la pandemia, de la guerra en Ucrania, la ola inflacionaria (especialmente la de Estados Unidos), la disrupción de la cadena de suministros e incluso a la misma política económica de nuestro país.
Empero, algo intrínseco de las y los mexicanos es un estado de nerviosismo permanente referente al tipo de cambio, pues aún persiste en el ambiente aquellos recuerdos del llamado “error de diciembre” y la devaluación de 1995. Por lo que en este momento, hay voces que echan las campanas al vuelo por tener un “súper peso”, sin embargo, a la pregunta explícita de si un peso fuerte es igual a una economía fuerte, la respuesta tendría que ser: no necesariamente. La apreciación de nuestra moneda obedece al contexto de la economía internacional, así como a una serie de factores tanto internos como externos, mismos que no necesariamente alcanzan a fortalecer a la economía en su conjunto.
Me explico. Desde 1983 cuando se flexibilizó el tipo de cambio, pasando a la libre flotación, el peso se comporta como un bien más, sube o baja su valor respecto al dólar regulado por la mano invisible, a mayor cantidad de dólares circulando (incluido inversiones), menor precio y viceversa. Por lo que remesas, turismo, venta de petróleo y exportaciones han permitido la situación actual de la divisa mexicana, además del factor político de la generación de confianza mediante el T-MEC (con todas sus aristas) y la ríspida relación Estados Unidos-China, ocasionando el nearshoring que ahora se ha colocado en el imaginario colectivo de inversionistas en ambos lados de la frontera.
Sin embargo no todo es miel con hojuelas, a los receptores de remesas o exportadores, solo por citar un par de ejemplos, el actual tipo de cambio sumado a la inflación existente se convierte en un lastre pesado de sobrellevar. Aunado a esto, la visión macroeconómica, pronósticos de crecimiento (1,2 %) e inflación (hasta 8 %) tampoco permiten que se genere una confianza sostenible en el tiempo y, por lo tanto, una economía estable en el largo plazo. Ante esto, la política económica mexicana deberá ser responsable en el gasto público y contratación de deuda, seguir las observaciones realizadas por sus socios comerciales del T-MEC y llevar un control (dentro de lo posible) de la inflación interna. Solo equilibrando el peso, la política y la economía se logrará generar estabilidad.
POR ADRIANA SARUR
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