WASHINGTON. Son las elecciones de medio término en Estados Unidos, pero hacen pensar en el México de los años 60 y 70.
En aquella época, cuando los opositores al Partido Revolucionario Institucional (PRI) denunciaban casi como obligación la preparación y luego la comisión de fraudes electorales, eran muy frecuentemente ciertos.
Eran también las elecciones del conflicto postelectoral, cuando la oposición se quejaba, y no sorpresivamente con razón, de manipulaciones legales para dar el triunfo a los candidatos oficialistas. Eran también las épocas en que los gobernadores hacían lo que querían con las leyes electorales.
Casi como en las elecciones estadounidenses, donde hoy los republicanos denuncian fraudes por cometerse, pero que nunca son probados después. Aquí, cada estado organiza los comicios, y aunque hay un organismo federal éste prácticamente sólo coordina y propone lineamientos generales a las comisiones estatales, que deciden modalidades, métodos de votación y hasta las formas de conteo.
Ciertamente hacen recordar al México de aquellas elecciones, donde la falta –o la sobra más bien– de poder del Estado hacía posible toda clase de trucos: las manipulaciones de urnas, por ejemplo.
En Estados Unidos hoy se juega con la ubicación de urnas en lugares donde los votantes opositores puede tener problemas para llegar, o con la creación de distritos electorales que dividen núcleos de población con mayorías de "el otro" partido; o el uso y abuso de leyes que invalidan votos, sea de personas con antecedentes penales –sean criminales o administrativos– o de boletas que no hayan sido marcadas conforme a los cánones –y aún se recuerda aquí el caso de los votos mal perforados que originó la batalla legal del año 2000, cuando la Suprema Corte falló en favor de los republicanos y dio el triunfo a George W. Bush aunque el demócrata Al Gore tuvo mayoría de votos populares–.
En México, las cosas mejoraron por un largo rato. Desde aquel sistema que "se calló, no se cayó" (¿se acuerda don Manuel?) en 1988, y en cierta forma llevó a la creación del Instituto Federal Electoral, en 1990, y luego el Instituto Nacional Electoral en 2014.
No fue un trabajo simple, ni el ahora INE se mantuvo estático. Los partidos buscaron controlarlo, y lo hicieron, pero también se pudo crear un cuerpo profesional que ayudó a limpiar los procesos, desde la emisión de credenciales de elector que hoy son el verdadero documento nacional de identidad hasta una creciente limpieza en los procesos de voto y recuentos.
En el camino hubo errores y problemas, pero los milagros son milagros y por tanto rara vez ocurren, y nada se logra sólo por decreto o buenas intenciones, ni refinerías ni aeropuertos, ni suministro de medicinas ni economías boyantes.
Hoy, Estados Unidos enfrenta la posibilidad de votaciones con días de conflictos postelectorales y quizá violencia, desearía un INE, mientras el gobierno de México parece en camino de disminuir el suyo.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1
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