Hace unas semanas fui a comprar un pizarrón y una carpeta a una papelería cerca de mi departamento en Ciudad de México.
Curiosamente era inicio de clases para muchos estudiantes, así que ya se imaginarán, estaba lleno de ofertas, colores, y todo sobre el famoso “Back to School”.
Al caminar por los pasillos me transporté a mi niñez; recordé cuando iba con mis papás a comprar los cuadernos y el papel que utilizaría para forrarlos “diferente” a los de mis amigos (que ahora pensándolo bien, a ellos les valía madre, creo que ni cuadernos llevaban o muy apenas y los forraban).
Al llegar a la fila para pagar, me topé con los productos para dibujar y pintar.
¿Y saben qué? Me dieron ganas de tomar algún set de dibujo o al menos algún kit para principiantes.
Recordé que en primaria solía dibujar caricaturas y sí tenía algo de talento, pero por alguna extraña razón, dejé de hacerlo, dejé de dibujar.
Años después, en mi preparatoria entré a clases particulares de pintura. Solía irme con el profesor a su oficina y pinté un paisaje con un faro encima. Al terminarlo, llegué a presentar el cuadro en una exposición junto con otros compañeros. “El faro de la amistad” se llamó ese primer cuadro.
Y luego en la carrera, en 2016 cuando estudié en Santiago de Chile, el ambiente me hizo entre escritor y poeta. Iba caminando por el barrio de Bellavista y compré un kit para pintar, puse el marco, puse la foto que había tomado, y comencé a pintar.
No logré avanzar nada pues me quedó horrible el pasto y lo dejé inconcluso.
Primaria. Preparatoria. Carrera. ¿Qué curioso no?
“¿Efectivo o tarjeta?”, me preguntó la cajera de la papelería. Me había quedado recordando, conectando los puntos hacia atrás. Pensándolo bien, quizá sí tengo algo de artista dentro de mi. Y quizá tú, también lo tengas.
Cómo Steven Pressfield lo llamó en su libro La guerra del arte, todos vivimos dos vidas: la vida normal y la vida no vivida. Y ¿a qué se refiere con este concepto? Ahí te va: ¿Eres un escritor que no escribe? ¿Un pintor que no pinta? ¿Un empresario que no empieza nada?
Eso es la vida no vivida, que hay una vida dentro de ti que quizá estás ignorando, no estás escuchando, o decides callarla con algún oficio vacío por miedo o alguna otra razón.
Me pegó leer eso, porque quizá tiene razón. Sí tengo una corazonada de que soy algo más de lo que ya soy, pero todavía no logro descifrarlo.
“¿Se va a llevar el kit para dibujar o no?”, me cuestionó la cajera. Voltee a ver el kit. Me quedé pensando. “No señorita, por ahorita no”, le respondí. Y no lo compré.
En la columna de este mes soy como tu tío fumador, aquel que te dice, “no fumes” con el cigarro en la mano. Bueno, yo te cuento esta anécdota de cobardía, o algo de pereza, para que tú no la repites y tengas las agallas para vivir tu vida no vivida.
No dejes que muera lentamente eso más grande que llevas dentro. Y quizá al verte hacerlo, yo me inspire a vivir esa vida. Lo bueno es que siempre puedo volver a esa papelería.
POR RORRO ECHÁVEZ
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