Mucho se ha dicho y escrito del fracaso político estadounidense y su retiro militar de Afganistán. Ciertamente es un golpe severo todo a su imagen internacional y un duro revés político doméstico para el presidente Joe Biden.
Pero es un hecho que con todos sus problemas se integra en las intenciones de abandonar el papel de garante o policía del mundo, asumido después de la Segunda Guerra Mundial y durante la "Guerra Fría".
Es una idea que se hizo presente ya bajo la presidencia de Bill Clinton (1992-2000), fue revertida por los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, bajo George W. Bush (2000-2008), pero reencendida por la guerra con Irak en 2003, adelantada durante la presidencia de Barack Obama (2008-2016), abiertamente declarada por Donald Trump (2016-2020) y coronada ahora por Joe Biden.
Cierto que si bien esa era la tendencia, no evitará que las imágenes del aeropuerto de Kabul y las reverberaciones internacionales del retiro sean puestas en el debe del actual mandatario.
Esas consideraciones se jugarán en los próximos meses y años.
El golpe para los EEUU es fuerte —2,700 soldados muertos y más de un billón de dólares malgastados—, pero nada más, aunque confirme la narrativa de que se trata de una potencia en declive.
El tema real está en cómo se asuma este revés en los EEUU.
De entrada, pese a las atribuladas imágenes de la evacuación del aeropuerto de Kabul, había un creciente consenso en torno a la necesidad de acabar con una "guerra eterna", sobre todo cuando los EEUU enfrentan una panoplia de crisis magnificada sobre todo por su permanente polarización doméstica y la lucha por el predominio político.
La tendencia hacia lo interno es reforzada por la muy presente pandemia de COVID-19, reforzada por la llamada variante Delta, la brutal sequía en el oeste y el renovado debate sobre las necesidades económicas y la importancia de frenar el cambio climático, reflejado en los incendios en el oeste del país; el manejo de los fenómenos migratorios y la situación en la frontera con México, así como las pugnas político-legislativas por la preocupación de grupos de derecha por el crecimiento de minorías étnicas y del voto centro-izquierdista.
Todo indica que hay y habrá un énfasis en temas internos, la resolución de problemas domésticos y la búsqueda de fórmulas para restablecer acuerdos internos.
Esencialmente, se refleja en las declaradas intenciones de una política exterior menos intervencionista, desarrollada según funcionarios del actual gobierno por "unos Estados Unidos fuertes, que trabajan con socios y aliados para defender nuestros valores compartidos, promover nuestros intereses compartidos y demostrar ... que la democracia puede ser beneficiosa para el pueblo estadounidense y para las personas de todo el mundo".
Y probablemente se traducirá en una mayor atención hacia su entorno en especial el formado por México, Canadá, Centroamérica y el Caribe. El ampliado, en América Latina.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS.
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
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