ARTE Y CONTEXTO

La Marisoul, la patria nuestra y mis regalos de navidad Parte 2

En los 80 la televisión era muy simple; tenía pocos canales, la programación terminaba a media noche o antes y los fines de semana había maratón de películas de Pardavé, Pedro Infante, Vitola, Libertad Lamarque, María Félix y demás divas del emporio de la pantalla grande

OPINIÓN

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Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

La Marisoul nació en Los Ángeles, California, a principios de los años 80 en el seno de una familia mexicana. Su madre era cantante aficionada a la cumbia y su padre tenía un local de artesanías y “recuerditos” en la Placita Olvera, que es el epicentro de la cultura mexicana y latina en general, en esa ciudad. En el quiosco central se reúnen desde toda la vida los mariachis, los salseros, cumbiancheros, danzoneros y todos los representantes de las distintas músicas de la parte hispanoparlante del continente. Aquí La Marisoul comenzó desde niña cantando las canciones que aprendió con su familia, pero también las que memorizó de las películas mexicanas de la época de oro del cine nacional. En los 80 la televisión era muy simple; tenía pocos canales, la programación terminaba a media noche o antes y los fines de semana había maratón de películas de Pardavé, Pedro Infante, Vitola, Libertad Lamarque, María Félix y demás divas del emporio de la pantalla grande. En esos tiempos, México era aún la referencia principal de esta parte del mundo por ser punta de lanza de la industria, de la mano de directores de escena y de fotografía como Luis Buñuel, el “Indio” Fernández, Alejandro Galindo, Gabriel Fugueroa, Roberto Gavaldón entre otros, que dirigían la luz, la oscuridad, la cantidad de lágrimas que una madrecita sufriente debía vertir y demás conductas ejemplares de la clase media nacional. Por eso puedo imaginar perfectamente a La Marisoul maratoneándo con películas como “Píntame angelitos negros” o “Calabacitas tiernas” con Ninón y con Tin Tan. Así nos pasó también a quienes vivimos esos años de este lado del Río Bravo. Al menos en mi caso fui una gran consumidora de cine nacional; lloré mucho cuando la hija negra de Pedro Infante se puso talco en la carita para ver si así la podía querer al fin su mamá, que era blanca y racista, y disfruté como loca de Germán Valdéz que era muy divertido, buen cantante y guapetón. 

Los vestidos hampones, los zapatos de correa, los peinados con rizos gruesos, los sombreros de las viudas con velo de lunares negros, el estilacho de los pachucos y demás accesorios elegantes, se convirtieron en un objetivo estético “modo” vintage con el transcurrir del tiempo. Y aquí es donde entra La Marisoul con esas canciones de antaño pero arregladas a su manera, con un sentido de la moda bien aterrizado conceptualmente, con ese amor a un país al que pertenece aunque no hubiera nacido aquí, y con unas agallas enormes para abrirse camino a pesar de la adversidad. Ella tiene todo lo que un artista completo necesita, porque sabe utilizar a su favor todas las herramientas que lo bonito tiene para ofrecer. Desde un cinturón grueso de charol con hebilla grande, pasando por las crinolinas para sus vestidos con telas pastel estampadas con iconografía pop, hasta un buen peinado acompañado por una gran canción, hacen de La Marisoul una intérprete fashionista y ejemplar que no se sabe achicar.  

La historia de esta mujer además de conmovedora me parece excepciopnal, porque ella representa a un México que se gestó del otro lado de la frontera y que engendró una cultura enriquecida por la visión del dolor del inmigrante sin recursos, que a pesar de todo salió adelante y creció aún más de lo que esperó. El nuestro es un país que traspasa fronteras de manera literal, y que a través de representantes del tamaño de nuestra artista homenajeada hoy, hacen de nuestra dignidad algo que vale la pena afianzar. Personas como ella trabajan mucho por ser reconocidos por sus paisanos, porque les cuesta más convencernos a los nacidos aquí, que ellos también tienen derecho de piso en la gran Tenochtitlán. Cuando reconozcamos en ellos el resultado tan afortunado que tuvo la migración que se desarrolló en EEUU con el amor a sus antepasados, la nostalgia por la cultura y la necesidad de ayudar a su patria para que sea un lugar mejor, comprenderemos frente al espejo el fenómenos de la migración, y abrazaremos a nuestros hermanos para que se desarrollen y nos ayuden a crecer. Por eso mi regalo de navidad para todos los que me han leído hasta hoy, esta esta recomendación que me hizo mi Amigo Armando, que ahora vive en Canadá. Yo me quedo muy feliz con mis regalos de este año, que son el regreso de Armando a México, mi sobrina china-mexicana que nació apenas en NY, la visita de mis hermanos, mi salud, mis amigos, las cosas lindas que me ha dado El Heraldo, mi editora, el amor que he recibido y que he podido dar, y una botella de vino tinto que estoy por abrir, para brindar por ustedes para que tengan una muy feliz navidad!

POR JULÉN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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