El día de ayer se cumplieron tres años del inicio de la Cuarta Transformación. Un proyecto de nación cuyo objetivo era y sigue siendo, desmantelar lo construido durante los últimos 30 años en el país, en lo que consideran un asalto provocado por la ideología neoliberal impuesta por una mafia de políticos y empresarios interesados en apropiarse de la riqueza nacional para su propio beneficio.
Así, la simplificación de la realidad y el maniqueísmo en su interpretación han sido las constantes con las que se han identificado los problemas nacionales durante los últimos 36 meses.
El discurso de López Obrador ha logrado convencer a millones de mexicanos de que se trata de un borrón y cuenta nueva, en un intento de adecuar los principios de la Revolución Mexicana al siglo XXI.
Esta idea de abandonar en lo posible el mundo globalizado y la interdependencia con factores y poderes externos, nos ha conducido a repensar nuestro país como un México pequeño.
El México del tren y la refinería, del aeropuerto chiquito y el trapiche, y un montón de carbón y fierros viejos para producir electricidad.
Se trata de una visión nostálgica que fortalece la popularidad de un presidente carismático, pero que impide la modernización, así como la redistribución positiva de la riqueza nacional.
Desde la cancelación del aeropuerto de Texcoco y hasta el proceso de nombramiento de la nueva gobernadora del Banco de México, Victoria Ramírez Ceja; pasando por el manejo de la pandemia, el negativo crecimiento económico, o la fracasada distribución de medicamentos, la desarticulación del modelo neoliberal no ha logrado construir una alternativa sostenible.
Además, el empobrecimiento de la clase media y el aumento del empleo informal, en medio de un escenario de alta inflación, sin incentivos para la inversión productiva, deja a la deriva a millones de mexicanos, cada vez más dependientes de un subsidio gubernamental destinado al control político y a mantener su situación de pobreza de forma indefinida.
En tres años, la concentración del poder en el Ejecutivo federal ha sido contundente.
El Legislativo es prácticamente suyo y el Judicial se debate, día con día, frente a las demandas del caudillo de la nación.
Los organismos autónomos han ido perdiendo fuerza, y en algunos casos, son hoy apéndices del primer mandatario.
En un mundo aún azotado por la pandemia de COVID-19, con la amenaza de una economía dañada por el estancamiento y la inflación, seguir apostando por el México chico, aislado, atado a un mítico pasado, nos llevará, con certeza, a un retroceso difícil de remontar para quien se quede al frente del país en 2024.
POR EZRA SHABOT
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CAR