Las sandeces sobre el carácter neoliberal de la UNAM (ya quisiéramos) trajeron, en respuesta, una buena cantidad de recordatorios de sus virtudes. Y bien está: con todos sus defectos, la universidad es en efecto un potente motor de conocimiento y discusión, y ya sabemos que esos motores son muy, pero muy mal vistos en la actual celebración cotidiana de la ignorancia petrolero-aztequista.
Ya que estamos en estos asuntos, deberíamos hablar de otro de los aspectos virtuosos de la universidad, y uno que, curiosamente, no se ha tocado gran cosa en los últimos días: su importancia en la cultura. Las universidades son conventuales: está en su naturaleza la conversación endogámica, el conocimiento ultra especializado que no permea el mundo exterior. La UNAM, sin embargo, es desde siempre una parte viva de la ciudad.
La universidad la vivimos toda la chilanguiza y nuestros visitantes. Es el lugar en el que juegas fut o básquet, en el que haces turismo, te enseña a manejar tu madre o armas un picnic. Tiene pues una sana vocación de puertas abiertas. Pero esa vocación pasa de manera muy importante por su oferta cultural, concebida para llegar mucho más allá de los alumnos o profesores. Recordemos: incluso antes de que se estrenaran los cines de la parte nueva del campus, cerca de la biblioteca y la Sala Nezahualcóyotl, el lugar para ver películas distintas era alguno de los cineclubes de las facultades, destacadamente el Justo Sierra, antes de que lo secuestrara el narco-radicalismo.
Más tarde, esos nuevos cines fueron el otro lugar al que podías ir a ver la Muestra, que en los primeros 90, cuando yo dizque estudiaba en Filosofía y Letras, exigía una tremenda cola y algo de suerte si querías conseguir boletos en la Cineteca Nacional. Ya que hablamos de la Neza, es por supuesto un espacio de primera importancia para la música en México.
Es, sobre todo, la casa de la OFUNAM, que le ha metido a más de uno en el cuerpo la música clásica, con esos conciertos de fin de semana. Los mismo pasa con la danza y el teatro: son parte de la cartelera de la UNAM, pero también de la cartelera capitalina. Súmenle el MUAC, que es desde hace algunos años uno de los museos obligados de la ciudad, o la Casa del Poeta, o, en el Centro, San Ildefonso y, cada año, la Feria de Minería.
Este recuento más que incompleto no sirve para llamar a la cordura al gobierno federal, por Dios. Al contrario: si a algo le tiene fobia la 4T, además de a la especialización en el conocimiento, es a cualquier forma de cultura que se aleje del “Tenochtitlán vive” y el “se levanta en el mástil mi bandera”; del patio de la primaria, años 50. Pero vienen tiempos difíciles para la universidad, de violencia oficialista, y está bien que recordemos que en estos terrenos, los culturales, también hay mucho que defender.
POR JULIO PATÁN
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