En las últimas semanas se ha observado una vertiginosa carrera entre las principales potencias mundiales –Estados Unidos (EEUU), China, Reino Unido y Rusia– por desarrollar una vacuna segura y efectiva contra el coronavirus. Lo anterior tiene implicaciones políticas, económicas, geopolíticas, diplomáticas y sanitarias, ya que, quien desarrolle la vacuna tendrá un gran poder de influencia y ganancias económicas. También actores transnacionales están en esta contienda, desde fundaciones hasta las farmacéuticas.
Esta competencia ha derivado en un "nacionalismo de las vacunas": los líderes tienen una inmensa presión por proveer a su propia población de las vacunas necesarias, por lo que los gobiernos han firmado multimillonarios contratos con diferentes laboratorios para garantizar el abastecimiento de dosis, dejando a millones de personas en una situación de vulnerabilidad, ya que debido a la globalización e interconexión de todo el mundo, la enfermedad continuará propagándose si sólo unos cuantos se inmunizan. Lejos quedaron las posiciones cooperativas y solidarias para en conjunto avanzar hacia un mismo objetivo.
Quien más ha acelerado el proceso es Rusia, hace un mes anunció la fabricación de la vacuna Sputnik V, en alusión a la victoria por la carrera espacial durante la Guerra Fría, otorgándole prestigio y posicionamiento mundial al presidente Vladimir Putin.
Por otro lado, China declaró que será un bien público, es más bien un movimiento para limpiar su imagen, después de comunicar tardíamente sobre la enfermedad.
El gobierno de Estados Unidos ha invertido más de nueve mil 400 millones de dólares para el desarrollo de la vacuna, más de una tercera parte del total, ya que le urge tenerla antes de las próximas elecciones presidenciales del 3 de noviembre.
Otro importante reto será su producción y distribución, por ello, México ha promovido en las Naciones Unidas que la vacuna debe ser un bien público global. Por tal motivo, se creó Covax para garantizar un acceso global, equitativo y justo. Así, las naciones participantes crearon un fondo global de financiamiento, invertirán en la fabricación por adelantado de vacunas y un compromiso de compra de dosis.
Se busca también distribuirlas de manera proporcional a las poblaciones de cada país, "priorizando a los trabajadores de la salud y luego expandiéndose para cubrir 20 por ciento de la población, y habría una ‘reserva humanitaria’".
Será esencial que exista una patente libre para no reducir su producción, distribución y opciones genéricas para aumentar la capacidad de aplicación y poder dar una solución a esta crisis.
En conclusión, se necesita un acuerdo global, donde se pacte un mecanismo para compartirla, sólo un esfuerzo coordinado y solidario mundial eliminará el COVID-19.
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POR YOANNA SHUBICH GREEN
COORDINADORA ACADÉMICA DE LA FACULTAD DE ESTUDIOS GLOBALES, UNIVERSIDAD ANÁHUAC MÉXICO
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