Theodore Roosevelt decía que, “no es quien critica el que importa, ni quien cae un espíritu fuerte, ni quien comenta lo que pudo haber hecho mejor quien hizo algo. El honor ha de ser para quien permanece en el ruedo con el rostro manchado de tierra, de sudor y de sangre, combatiendo con ánimo y que aunque incurra en yerro, vuelve a la carga una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin errores ni fallos; el que se empeña en lograr su propósito; que sabe de grandes entusiasmos y de hondas emociones; que se inmola por una causa noble; que conoce al final la ventura de obtener grandes logros y que caso de sufrir lo peor y salir derrotado, lo hace con valentía no queriendo ocupar un lugar junto a las frías y tímidas almas que no supieron nunca lo que es una victoria ni una derrota”.
El miedo es una perturbación angustiosa del ánimo por la percepción del individuo sobre un riesgo o daño real o imaginario, mismo que tiene un efecto en su conducta y sus sentimientos. Aristóteles definía el miedo como “la espera de un mal”; y definía la ira como un apetito de venganza por causa de un desprecio contra uno mismo o contra los que no son próximos.
La ira es el sentimiento de desagrado que un individuo tiene ante un hecho o una circunstancia determinada, que genera alteraciones en su conducta. La ira es un enfado mayor, en la que las personas sienten indignación y enojo por hechos y circunstancias que les perturban, desagradan y molestan.
Desde la antigüedad, la ira y el miedo se han usado como instrumentos de control, dominación y movilización política por parte de las élites. Primero fue el miedo hacia la furia de los dioses y hacia la ira de la naturaleza. Después, fue el miedo a las guerras producidas por la disputa de los imperios por territorios y riquezas. En tiempos más modernos, bajo regímenes autoritarios y totalitarios, fue el miedo al comunismo, al militarismo y a los gobernantes tiranos, quienes se legitimaban en el poder por el uso de la fuerza y la instauración de una política de terror hacia sus opositores. Hoy día, bajo sistemas democráticos, es el miedo hacia la criminalidad y a la violencia, hacia la debacle económica, hacia la pobreza, hacia los radicalismos, hacia el terrorismo y ahora en nuestros tiempos a las pandemias (COVID-19).
De esta forma, el miedo y la ira se han constituido como políticas de Estado y como instrumentos de control y dominación, generando unos ciudadanos atemorizados, indignados y fastidiados. No podemos olvidar que la construcción y el ejercicio del poder político se sustentan, en parte, con base en la movilización de las emociones y sentimientos del ser humano. Ya no se apela a la razón, sino al sentimiento y la emoción de la gente. En este escenario, el miedo, verdugo de la creatividad y la libertad social, se ha instituido como un instrumento paradigmático de la política, usado por igual bajo regímenes tanto autoritarios y totalitarios, como democráticos, ya que el miedo es un instrumento ejemplar de represión tanto a nivel público como individual (Robin, 2004).
Es así, como concluimos que, el miedo y la ira son uno de los instintos y emociones más primitivos, poderosos, e incontrolables del ser humano, que las élites han utilizado como parte de sus estrategias para el control político. Seguramente en el futuro próximo, el poder lo tendrán aquellos políticos e institutos más capaces de movilizar el miedo y la ira de los votantes. Por un lado, el miedo a que se pierda lo logrado, o se empeoren las cosas. Por el otro, el miedo debido al resentimiento, el enojo y la frustración. En fin, son el miedo y la ira, más que el amor y la propuesta, será lo que movilizará a los ciudadanos, y lo que hará ganar o perder.
[nota_relacionada id=1086246]POR IGNACIO CABRERA FERNÁNDEZ
DIRECTOR GENERAL DE DIPLOMACIA TURISTICA-SRE
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irv / eadp