Uno de los dilemas más comunes al que se enfrentan los directivos de las empresas al hacer negocios, es el conocido como: “problema de las manos sucias”, este, consiste en tomar decisiones difíciles que implican, hacer lo correcto en términos utilitarios, aunque suela ser equívoca en términos éticos; y difícilmente hay una solución ideal o una guía infalible.
Pues bien, es aquí donde encontramos la importancia de los liderazgos éticos y su vinculación con la eficiencia de los programas de ética e integridad, como una mancuerna necesaria para prevenir la corrupción al interior de las empresas, que permita evitar la violación de la ley y la imposición de sanciones a la empresa.
Contar con liderazgos éticos en los niveles importantes de las empresas debe ser un modelo, pues son ellos quienes tienen las más altas responsabilidades por su posición, cuentan con una mayor oportunidad de influir en los demás y en los resultados institucionales; así, su actuar moldea la cultura de la empresa y marca una pauta de comportamiento, que orienta la conducta de quienes forman parte de la organización.
El impacto de un liderazgo ético se hace evidente en la práctica, basta concentrarnos en hallazgos de estudios como Ethics at Work, del Institute of Business Ethics (IBE), en donde se destaca la importancia de que los líderes de una organización incluyan la ética en la toma de sus decisiones y la adviertan como una parte esencial del quehacer cotidiano.
En ese estudio, encontramos importantes razones para contar con líderes éticos, pues nos muestra la problemática que representa su ausencia, ejemplo de ello, es que conforme a éste, un tercio (33%) de los encuestados del Reino Unido, señala que su líder (directivo) recompensa los buenos resultados, incluso si se logran mediante prácticas éticamente cuestionables; o bien, que uno de cada diez (12%) dice que ha tenido alguna forma de presión para comprometer la conducta ética de su organización actual (y la media europea es de 16%) y qué decir, de que 24% señaló que tuvo conocimiento de alguna conducta de su empleador o colegas, que a su parecer violaba la ley. Esto ha reflejado importantes implicaciones en las empresas, pues conforme al mismo estudio, todo ello impacta, entre otras cosas, mayores probabilidades de ser indulgentes de prácticas cuestionables desplegadas por los propios empleados.
Esto plantea preguntas sobre cómo las organizaciones pueden ayudar a sus directivos a tomar decisiones y lidiar con la presión sin comprometer a la empresa. Ante esta dificultad cotidiana, podemos proveerlos de herramientas ampliamente conocidas, como el modelo que propone The Ethics Centre, con seis preguntas como examen ético exprés para tomar una decisión: ¿estaría feliz si esta decisión apareciera en las noticias de mañana?, ¿hay alguna regla ética no negociable en juego?, ¿mi acción hará del mundo un lugar mejor?, ¿qué pasaría si toda la gente hiciera esto?, ¿qué efecto tendrá esta acción sobre mi carácter o el carácter de mi organización?, y ¿la acción propuesta es congruente con mis valores y principios? O algunas otras aportadas por distintas organizaciones.
Adicionalmente, para que el comportamiento íntegro pueda extenderse por toda la empresa, se debe apostar a varias herramientas y al conjunto de sus resultados, como el establecimiento de mecanismos normativos y orgánicos, que deben armonizarse con el actuar de líderes éticos, que sean un ejemplo conductual a seguir; esto llevará a construir colectivamente una cultura ética corporativa y de prevención a la corrupción, que redundará en que las metas a mediano y largo plazo sean sustentables. Con ello, derivarán beneficios tangibles que van, desde pequeñas cosas, como empleados que eviten robar la papelería, a conductas de mayor impacto, como ser promotores activos que ayuden a prevenir el fraude, la corrupción, u otras conductas ilegales o delictivas; y, evitar acusaciones legales con probables sanciones para la empresa.
POR PABLO ESCUDERO
*ESPECIALISTA EN COMPLIANCE ANTICORRUPCIÓN Y CREADOR DEL PEIC
@PABLOESCUDEROM
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