Vaya la perogrullada por delante: la conferencia de prensa que ofrece el presidente López Obrador cada mañana, de lunes a viernes, no es un diálogo circular, sino un monólogo que rapta los contenidos de la discusión pública.
Desilusionado, Hernán Gómez se lamentó de la oportunidad perdida de lo que llama «acto propagandístico» (La oportunidad perdida de las mañaneras, 23-IV-20, lapoliticaonline.com.mx).
Lo alarmante es que toda propaganda implica totalitarismo. La repetición monótona de la versión oficial de una realidad que de suyo es plural y diversa pretende apropiarse realmente de lo cívico para aniquilarlo e imponer su dogma.
La tediosa cantaleta del oficialismo erosiona a la palabra, que adquiere el valor asignado por la ideología en el poder. La propaganda es inseparable del monólogo del dictador. El nombre mismo –dictador– refleja la actitud de quien sólo dicta y no dialoga, para gobernar al margen del diálogo público.
El dictador en turno pretenderá siempre desertificar los espacios cívicos de discusión. La intensidad del monólogo crecerá a medida que la crítica civil decaiga. El oficialismo retumba tras la rutinaria voz del totalitario. No hay más versión que la de esa sola voz, no hay más palabras que las que él pronuncia. Fuera de su arenga no hay verdad. O se atiende a sus dictados o se es traidor.
Hannah Arendt recuerda que «los movimientos totalitarios usan y abusan de las libertades democráticas con el fin de abolirlas».
En la mañanera, el Presidente se adueña de los contenidos del debate público, hasta la ridiculez más oprobiosa, como vimos en estos días.
El termómetro de la salud política de una sociedad por excelencia es su capacidad crítica. Se espera que los medios hagan esa labor de la mano de sus lectores y audiencias.
Por eso, desde el régimen, se les ataca constantemente. La directora de la agencia Notimex acaba de usar la expresión «sicariato informativo» para referirse al medio que ha dado seguimiento a los despidos en la agencia, expresión que se suma a «hampa del periodismo», arrojada por el jefe del Estado. La amenaza por encima del diálogo, el exabrupto en vez de la palabra, son signos de totalitarismo, que no sólo vive de la obediencia ciega, sino de aterrorizar a quien cuestiona al poder.
Al secuestrar las palabras, López Obrador destruye la posibilidad del encuentro entre los diferentes. Lo espetado en las mañaneras se amplifica en órganos de propaganda como Regeneración, nacido como medio oficial del Morena en 2010.
Si queremos impedir el totalitarismo, urge que los ciudadanos alentemos el diálogo y avivemos las palabras moribundas. Arendt lo advirtió con claridad: «la propaganda es el instrumento más importante del totalitarismo para relacionarse con el mundo no totalitario». [nota_relacionada id=1110058]
POR VÍCTOR ISOLINO DOVAL
DOCTOR EN FILOSOFÍA
INVESTIGADOR DE LA UNIVERSIDAD PANAMERICANA
COLABORADOR
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