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La democracia frágil

OPINIÓN

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La democracia en México es una institución frágil. Casi raya en utopía, una que envejece a quien la persigue y amarga a quien la sueña: estigma y consuelo. Gobierno y revolución.

Esta dualidad nos atrapa en una democracia autoritaria que a 20 años de este siglo, debemos examinar. Darle respuesta clara a las preguntas que ésta suscita, más allá de probar fórmulas fallidas del pasado.

En un tiempo, nuestro sistema económico permitió el surgimiento de una clase media que urbanizó un país mayoritariamente rural. Sin embargo, ese mismo modelo hoy resulta obsoleto para las nuevas generaciones que ven frustrada su aspiración por alcanzar el mismo nivel de vida que tuvieron sus padres.

El acceso a mayores oportunidades que promovieron gobiernos anteriores se confundió con ocasión para la corrupción. Oportunidades, sí, pero para amigos, compadres y familiares. Rompieron reglas no escritas de política que dieron legitimidad y credibilidad a las instituciones.

La consecuencia de la pérdida de autoridad moral y prestancia del quehacer político generó falta de capilaridad social, que acentuó desigualdades. La clase media se distanció de partidos políticos y colores. Se ciudadanizó.

Los ciudadanos están enojados, insatisfechos con el statu quo. En su hartazgo, apostaron por un cambio, el que fuera, y se abrió la puerta para políticos del posmodernismo, quienes han tomado fuerza en el mundo. No es casualidad que líderes mesiánicos populistas radicales, tanto de izquierda como de derecha, hayan llegado al poder (resultan extrañas y obvias las similitudes entre Trump, Duterte y AMLO, por ejemplo).

Esta pandemia ha puesto en tela de juicio a esos liderazgos con sus políticas, las cuales han resultado insuficientes y obsoletas. Empresarios, profesionistas y estudiantes ven con desilusión las decisiones de sus gobiernos. Esa frustración ha generado conductas que rayan en el anarquismo o lo promueven.

Lo que debilita a la democracia moderna no son los golpes de Estado, sino el paulatino deterioro de instituciones, por su incapacidad para actualizarse, o por el secuestro del que son víctimas por el gobernante en turno. ¿Cómo protegemos a nuestra democracia?, ¿cómo fortalecemos sus cimientos?

Podemos comenzar por establecer un Estado de Derecho que contribuya a un piso parejo y termine por abatir la impunidad. Tampoco podemos evadir la tarea de fortalecer y modernizar al sistema educativo, que retome valores cívicos e incorpore a estudiantes en la industria de la “mentefactura” del siglo XXI, no la manufactura del XX.

Necesitamos involucrar a la sociedad civil y a sus organizaciones, para la vigilancia de los derechos humanos, la defensa de instituciones del Estado y una saludable división de Poderes; para revalidar lo bueno y mejorar lo perfectible.

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POR GINA TRUJILLO
COLABORADORA
@GINATRUJILLOZ

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