Mis tardes con Retes I

A él le complacía mi curiosidad y la alimentaba con historias que ahora recuerdo que fueron contadas con gran lucidez

Cuando tenía cuatro años, mi familia se mudó a la colonia de El Carmen, Coyoacán, porque le gustaba mucho a mi papá. Él era periodista y escritor y esta parte de la ciudad estaba de moda para los intelectuales que vivían en el entonces Distrito Federal.

Nuestro vecino de la casa de al lado era Alejandro Galindo, Don Alex, como me pidió que le dijera, que fue un gran maestro para mí. Ya desde entonces y por desgracia, mis padres se llevaban fatal; por fortuna, mi refugio natural era la casa de ese viejito simpático que siempre me recibía con los brazos abiertos y con la sonrisa más tierna que conocí jamás.

A su casa se entraba por una puerta grande de dos hojas, que daba directo al patio central, rodeado por los cuartos pequeños pero gran altura y vigas, lo típicos de ese lugar. Recuerdo su librero enorme con cientos de libros antiguos y una colección de El Quijote, de los que conservo tres de principios de siglo pasado, con algunas litografías fuera de registro que me llamaban mucho la atención.

A él le complacía mi curiosidad y la alimentaba con historias que ahora recuerdo que fueron contadas con gran lucidez, sobre todo cuando me platicaba del porqué de los granos reventados de las películas del neorrealismo italiano, y del porqué de los granos reventados que el cine americano, había copiado de aquél primero.

Manejaba los nombres de los directores con mucha naturalidad y crecí familiarizada con esos personajes, que eran amigos de mis amigos y no semi dioses inalcanzables, lejanos a cualquier mortal. En especial, mi padre y él me hablaban juntos de Ettore Scola, de quien seguido llegaban cartas postales con timbres geniales que me gustaba coleccionar. 

De esos años de infancia me quedo con Don Alex y mi gatita Susú, que era pinta con bigotes grandes y una carita preciosa que todavía me gusta imaginar. Llegada mi adolescencia coyoacanense, uno de mis refugios de batalla era la Cineteca Nacional, donde conocí la obra de Gabriel Retes, del que Don Alex me había dicho que era un rebelde como yo y eso me hacía reír.

Basada en esa apreciación, vi por primera vez “El Bulto”, que es la historia de un fotógrafo que despierta después de un coma de 20 años, causado por el golpe que le propina un paramilitar mientras cubría “El Halconazo” en 1971. La primera vez que la vi, me impresionó la delgadez de Retes y, sobre todo, su sentido del humor irreverente cuando descubrí que “El Bulto” era el nombre que le había dado su familia al personaje, y me pareció genial.

La segunda vez, me impresionó que una historia tan tremenda perteneciera a un pasado que seguía fresco y que me costó trabajo asimilar porque lo sentí tan vigente, como lo siento hoy. [nota_relacionada id=1025824]

POR JULEN LADRÓN DE GUEVARA

CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX

@JULENLDG

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