Durante su último Informe presidencial, en septiembre de 1982, el presidente José López Portillo, al expropiar la banca privada y establecer el control generalizado de cambios, expresó: “Soy responsable del timón, pero no de la tormenta”, en un intento por deslindar su responsabilidad con respecto al desastroso manejo de la deuda pública, la fijación de los precios del petróleo y la errónea interpretación de un mercado externo con altas tasas de interés. Había tormenta, pero el responsable del timón no tenía control del barco y éste naufragó.
Hoy estamos ante una situación similar en donde la tormenta alcanza niveles nunca vistos, el dilema entre salud y supervivencia económica obliga a los Estados a echar mano de todos los recursos a su alcance. Buscan dinero debajo de las piedras y se endeudan de manera tal que, durante muchas generaciones, habrá que repartir el costo de esta pandemia. Pero no hay de otra. De la habilidad con la que el capitán del barco maneje la nave dependerá si se llega a tierra con el menor daño posible.
Lo que no se puede hacer es navegar sin escuchar lo que la tripulación informa al capitán, y éste no se puede pelear con una buena parte de los pasajeros suponiendo que no tienen derecho a colaborar con él para evitar el naufragio y su función es únicamente obedecer sus órdenes y someterse a sus dictados. No es éste un viaje normal, las olas están por hundir el barco y es necesaria la colaboración de todos para sacar a flote la nave.
El problema es que el capitán insiste en que la tormenta es pasajera y no lo obligará a cambiar ni el rumbo ni la velocidad a la que transita para alcanzar sus objetivos.
El resto de los barcos están navegando a toda máquina utilizando toda su energía, incluso la prestada, para acelerar la marcha y evitar quedarse varado en medio del viento y la lluvia incesantes.
Pero nuestro capitán no escucha, quiere cuidar los recursos que posee, extrayendo lo que más puede de la estructura del navío y de sus pasajeros de las cabinas intermedias, con el riesgo de que éstos terminen uniéndose a los de la clase más pobre del barco.
[nota_relacionada id=959238 ]La única salida aquí es establecer un sistema que conecte a todos los camarotes con la tripulación y el propio capitán. No hay tiempo que perder, porque mientras más permanezcamos atorados en la tormenta, más personas morirán por la falta de recursos, o porque la enfermedad que nos persigue haga lo suyo.
Andrés Manuel López Obrador no es responsable por la tormenta, pero sí por manejar el timón sin el cuidado necesario de incluir a todos los pasajeros.
Por no utilizar los recursos de forma ágil y racional y suponer, sin base alguna, que esto pasará como si se tratara de una crisis más. De eso sí es responsable.
POR EZRA SHABOT
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