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La familia Robinson y la catarsis del 20-20

OPINIÓN

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Desde la semana pasada se reanudó el ciclo escolar y mis hijas Aitana y Roberta volvieron al colegio, aunque ahora tomen sus clases de manera virtual a través de una plataforma en donde los maestros y los alumnos están conectados con la red. Con algo de curiosidad, me he asomado a ver cómo es qué ahora suceden las clases on line, y aunque los primeros días los alumnos parecían un poco dispersos, muy pronto los profesores lograron poner el orden a pesar de la distancia, y ya para este viernes, todo volvió a la normalidad.

¿Normalidad? esa palabra me ha venido causando reacciones muy encontradas desde que decidimos en familia, confinarnos en nuestro hogar. Los primeros días, pensar que todo volvería a la normalidad después de la cuarentena parecía una idea lógica (y normal); pero conforme ha pasado el tiempo de este autoexilio, la avalancha de noticias, tanto  las malas como las buenas, han cambiado mi perspectiva y ahora “la normalidad” de hace unas cuantas semanas me parece un recuerdo que me provoca una especie de nostalgia temprana e inmediata, con un cierto sabor a culpa que no puedo evitar.

Se dice como frase recurrente que “todo tiempo pasado fue mejor”, quizá porque el ayer es como lo recuerdas o imaginas recordar, en un acto de autoconvencimiento que tiene más que ver con la idea de eliminar automáticamente los malos recuerdos, que con la capacidad de hacer una auto reflexión que logre exorcizar las propias culpas.

Quizá, “éramos felices y no lo sabíamos” o por lo menos no sabíamos cuán infelices podíamos ser y no lo adivinamos a tiempo. Pero como bien señalan los psicoterapeutas, para superar la pérdida del ayer, lo primero es aceptar el hoy y comenzar a imaginar el mañana desde muchos escenarios posibles, y aquí es donde surge la palabra “catarsis”.

Para los escritores griegos, la catarsis era el elemento más importante de la tragedia en sus representaciones teatrales, pues la finalidad de este espectáculo era provocar con mucha intensidad la sensación de compasión y miedo, para que al final de la función, el público pudiera salir purificado, y como dijo Aristóteles: “la catarsis redime al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra,? y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de estas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo”.

Lo cierto es que cada vez que enciendo la televisión, leo algún diario o accedo a cualquier portal en la web, la compasión y el miedo de la catarsis aparecen como contexto de las noticias que me describen la actualidad planetaria.

Sin embargo, si la normalidad en que vivíamos ha quedado abolida, la pregunta es: ¿Qué nos espera el día de mañana?, ¿De qué habrá servido esta impensada crisis globalizada?

Lo primero que hay que señalar, es que la incertidumbre es el común denominador de quienes desde muchos puntos de vista han querido vislumbrar el tiempo después del “coma mundial”. En un ejercicio profético los especialistas en temas que van desde la geopolítica y la economía, hasta la comunicación, la tecnología, cultura y la evolución de la conciencia han realizado una serie de videoconferencias globales con el tema “Coronavirus, tendencias y paisajes para el día después”, y aunque aún no han logrado ponerse de acuerdo (¿qué raro, no?) en cual es el peor escenario del futuro próximo, ni en la estrategia global que debemos implementar para superar la crisis, todos coinciden en que hablar de “un regreso a la normalidad” es una falacia, pues si la normalidad de hace tan solo unos meses nos llevo a esta debacle, volver a lo mismo no es solamente temerario, sino más bien estúpido. 

Por una parte, hay quienes auguran el fin de la globalización y el modelo neoliberal; la ascensión del liderazgo de China frente al nulo protagonismo de E.U.A. ante la crisis; la brutal caída del PIB mundial de hasta 20% no solo en las regiones menos industrializadas, sino también en las economías del hemisferio norte; un mayor nacionalismo y proteccionismo económico; el “Efecto Katrina” que como sucedió con el huracán del  2005, cuando la marea de la crisis se retire, muchas empresas, especialmente pymes, permanecerán desactivadas sin posibilidad de recuperación; la tendencia a potencializar las tecnologías de automatización para sustituir tareas realizadas por personas; el aumento de la brecha digital, pues ahora se marcará más la desigualdad entre los países con acceso a la tecnología y entre los que no lo tienen; una mayor inequidad de género, pues el peso de la recesión y la falta de empleo recaerá en la mujer; una brecha generacional más marcada, pues las disparidades de ingresos y la falta de oportunidades están creando un círculo vicioso de desigualdad, frustración y descontento entre las generaciones, en especial la generación millennial que encontrará cada vez menos oportunidades, y los baby boomers que tendrán que olvidarse del retiro, pues las economías y los gobiernos no tendrán recursos para ofrecer pensiones; además de la aparición de nuevos populismos, y el reforzamiento de la polarización de las sociedades occidentales, entre otras secuelas.

Por otra parte, el aislamiento prolongado a la larga   perjudicará  la salud, y las secuelas ahondarían la confusión, ira, ansiedad y la tendencia al suicidio; se habla de que a causa de la cuarentena, y por ende el sedentarismo, lo que en países marcados con altos índices de obesidad puede ser muy perjudicial y propiciar la diabetes, enfermedades cardiovasculares, hipertensión y un síndrome marcado de baja estima; otro aspecto es la implementación de medidas de control personal para el seguimiento de cualquier enfermedad viral, con pérdidas de privacidad e instrumentos de control no solo temporales, sino peligrosamente definitivas: El Big Brother nos estará observando ya, por sistema.

Sin embargo, y en contraparte, la aportación de científicos y expertos será más reconocida que nunca; la idea de que somos una sola humanidad irá gestando un cambio en la conciencia planetaria que incluye una visión ecologista; el materialismo, el consumismo y la banalidad del ego impulsado por la moda serán sustituidos por una revaloración del tiempo de calidad, las experiencias enriquecedoras, y el aprecio a la vida y a los seres vivientes y la espiritualidad; así mismo, los instintos básicos de la especie humana por la cooperación se verán privilegiados, pues las instituciones  estructuradas por el poder, se verán superadas por el vínculo humanista, y de manera muy particular el vínculo familiar.

Por supuesto, las perspectivas de la nueva era son tan amplias como diversas, pero para hacer una analogía quizá un poco pueril, pero también para explicárselas a mis hijas ahora que en estos días me han pedido que les ponga en la vieja tele algunas películas “viejitas pero bonitas”, encontré en una caja empolvada con DVDs una colección de clásicos de Walt Disney, y entre ellas apareció la versión de 1960 de “Los Robinson Suizos”, en la cual se narra la historia de una familia que al igual que Robinson Crusoe, naufragan en una isla tropical aislada de todo el mundo, y tienen que aprender a convivir, defenderse de los feroces piratas, valorar y comprender a la naturaleza, tener confianza en sí mismos como parte de una familia, y los más curioso, construir en las ramas de un poderoso árbol, un hogar bien cimentado que los proteja de la lluvia, los mantenga alejados de las fieras y en donde cada cama, cada silla, cada mesa y aún los utensilios de cocina tengan el máximo valor, pues fueron hechos con sus propias manos. Al final del film, cuando los piratas están a punto de capturarlos, llega un gran barco a rescatarlos y logra que los agresores huyan, pero cuando el capitán que los salva les ofrece regresarlos a la civilización; la familia Robinson decide quedarse con su hogar en el árbol y con la forma de vivir que ahora se convierte en la “normalidad” que lograron construir después de sobrevivir en resiliencia. Por supuesto, al terminar la película filmada en aquel glorioso sistema Technicolor de tintes pop, mis hijas aplaudieron emocionadas y comenzaron a llamar a nuestro hogar “La casa del árbol”.

Ojalá que este triunfo sobre la adversidad de los Robinson suceda no solo con las familias, sino también con la humanidad que después de naufragar, vivir en aislamiento y superar la catástrofe lleguen los días en que la nueva normalidad sea como en la catarsis griega, un nuevo tiempo en donde renazcamos de las cenizas, siendo mejores seres humanos, mejores habitantes de esa tercera roca del sistema solar que nos dio una lección de vida y muerte.

A ver si ahora sí nos cae el 20-20.

POR LUIS DE LLANO MACEDO

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