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Bitácora del Autoexilio No. 2: We 'were” the world y el coma digital

OPINIÓN

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El sábado pasado, como millones de personas en todo el planeta, desde mediodía me dispuse a ver el festival en streaming “One World, Together At Home”, y en estos días de autoexilio la idea de poder disfrutar de un evento masivo me causó mucha ilusión y pudo romper momentáneamente esa sensación de letargo y hastío que poco a poco, lo confieso, se me ha ido agudizando conforme transcurre la cuarentena.

Preparado con algo para botanear, llamé a mi esposa y a mis hijas para que juntos pudiéramos unirnos como espectadores de un concierto de alcance global, del tipo de los que hacen historia y permanecen en la memoria colectiva.

Tengo que confesarles que al principio me costó un poco de trabajo sacarlas de su propio mundo, porque aunque todos estamos juntos en la  misma casa, atrapados en la misma realidad, cada quien tiene sus propios espacios, ocupaciones y preocupaciones. Finalmente, pude hacer mi “autoridad paterna”, mi esposa me apoyo, y todos nos reunimos en la sala para ver el concierto.

Todo pintaba de maravilla, y a la una de la tarde, hora central de México, nos conectamos a Facebook y comenzamos a disfrutar de la participación de estrellas del espectáculo, personalidades y cantantes que uno a uno iban desfilando en esta pasarela virtual con causa.

De repente, cuando más atentos estábamos con la transmisión, y mientras mis hijas adolescentes entre risas y la clásica frase: “ay papá” me explicaban quién es la jovencita Angèle, y yo algo solemne, les platicaba brevemente la historia de Sir Paul Mc Cartney, ocurrió lo inesperado… en la calle se escuchó una breve pero intensa explosión, y la pantalla de la laptop donde veíamos el concierto se congeló y sin más ni más, todo se apagó. Nos quedamos sin electricidad, en silencio y bastante sorprendidos, pues conforme pasaron los minutos la electricidad no regresaba y lo peor de todo, la señal wifi tampoco.

Se había roto el encanto, pero ante lo inevitable de la situación, yo comencé a platicar con ellas de lo que estaba sucediendo en estos momentos, de la oleada de mensajes y testimoniales de los famosos y no tan famosos que ahora se han volcado como en tsunami a compartir la solidaridad y empatía, pero también la preocupación por invocar a nuestra conciencia y humanismo en favor de quienes se han convertido en “héroes sin capa” de esta tercera conflagración mundial en donde los enemigos comunes son la enfermedad, la desinformación y el pánico.

Les explico y estuvimos de acuerdo en que de esto se trata el concierto One World y la propuesta de vernos como ciudadanos globales que tenemos como causa común recaudar fondos, homenajear a los médicos, enfermeros y trabajadores que día a día arriesgan la vida y hacernos conscientes de la necesidad de un cambio planetario. 

Durante casi una hora revivimos esa vieja, y algo olvidada costumbre, de platicar en familia, y puedo decirles con mucho orgullo que la experiencia fue constructiva, motivadora y podría decir que hasta cierto punto, espiritual; pero después de esos momentos tan valiosos, la plática se enfrió y cada quien regresó a sus actividades. Finalmente,  me quedé solo en la sala frente a una pantalla azul y el ícono de “no conectividad” parpadeando ante mis ojos, avisándome de la ausencia de esa señal que nos conecta con el mundo, desde la cruel inconsciencia de la inteligencia artificial. 

Sumido en mis pensamientos, recordé una de las pesadilla más recurrentes de estos tiempos marcados por la dependencia tecnológica: ¿Y si un día amaneciéramos con la novedad de que todos nuestros aparatos, gadgets y sistemas “inteligentes” fueran por una u otra razón, inservibles?, ¿Qué pasaría si tantos y tantos años de avances tecnológicos y comunicación globalizada desaparecieran en un “click”?

La visión no podría ser más aterradora y la cuestión no es menor, la idea de que repentinamente la humanidad entrara en un catastrófico “coma digital”, pone sobre la mesa la paradoja de nuestra civilización:

Después de que nuestros ancestros se bajarón del árbol, se irguieron en dos piernas y comenzaron a hacer uso de su capacidad cerebral para evolucionar en “homo sapiens”, muchas han sido las revoluciones industriales y del pensamiento que cada vez suceden más rápido en nuestra incansable carrera por lograr algo a futuro que aún no logramos identificar, ni en lo que nos ponemos de acuerdo, pero no impide detener nuestra obsesión por correr y no caminar hacia donde quizá nada ni nadie nos espera. Eso creía, hasta hace unos cuantos días, cuando el futuro nos superó, con mucha ironía el ente  considerado la mínima expresión de un organismo vivo comenzó a invadir celularmente no solo nuestras defensas fisiológicas, sino también las neuronas de nuestro cerebro, allí donde aún  permanece agazapado detrás de nuestras construcciones culturales, aquel chango curioso que se bajó de las ramas y superó (o no) su miedo ancestral.

Desde entonces y para siempre morir o enfermarnos nos causa mucho  miedo, pero también el miedo nos puede provocar enfermedad, y en el contexto de poder convertirnos en un número más de la estadística de las víctimas fatales de la pandemia, nos hemos visto obligados a detener nuestra alocada carrera en este rollercoaster tecnológico, erguir nuestra cabeza y ponerle mucha atención a lo que la madre  naturaleza, nuestra sabia pero vengativa “Pacha mama”, nos está aplicando más que como castigo, como lección global. 

Si alguna vez descubrimos a través de la ciencia, y a regañadientes, que la tierra no era el centro del universo, ahora estamos descubriendo que el ser humano no es la máxima expresión de la naturaleza; y detrás de nuestra jaula tecnológica podemos ver con algo de envidia y mucha culpa,  como las ballenas danzan en la bahía de Acapulco, manadas de venados se pasean en las ciudades de Japón, los cisnes nadan tranquilamente en los canales de Venecia y los cocodrilos se asolean cínicos y confiados, en Miami Beach.

Ahora que está tan de moda observar la historia como una curva estadística, recuerdo haber visto alguna vez la representación del avance del ser humano en una gráfica en donde los cambios en los aspectos económicos, políticos y sociales coinciden en sus parámetros, pero la curva derivada del avance tecnológico del último siglo no solo se dispara, sino que se observa como un disparate, ya que en nuestro afán por inventar herramientas que nos faciliten la vida nos convertimos en cautivos tecnológicos y en menos de 50 años pasamos de ser homo sapiens, a homo ludens, homo videns y ahora somos una sociedad que se conocerá históricamente homo conexus; o por lo menos hasta este 2020, en donde espero sinceramente que nuestra próxima evolución sea el reencuentro con nuestra propia humanidad,  la conciencia universal y el equilibrio que hemos roto y ahora nos está pasando la factura.

Mientras pienso esto, la electricidad se restablece en mi casa, se oye un grito de alegría y en la pantalla de mi laptop puedo ver como la transmisión del concierto en streaming se reanuda y veo a un Sir  Elton John en la pantalla cantando frente al piano “I'm still standing” como lo hiciera hace 35 años en el legendario concierto Live Aid. Sonrío para mis adentros y ahora que mi familia regresa a la sala para que juntos podamos seguir viendo la transmisión de One World, me pongo a pensar, quizá a causa de mis oscuras reflexiones, que las estrellas pasaron de cantar a coro, con un leve guiño de protagonismo,  ¡“We are the world”!, ahora el tema es que la pandemia nos está llevando a pensar que “We were the World”, y estamos siendo testigos y actores de un tiempo después del tiempo en que el mundo cambió para bien, o por lo menos esa es mi esperanza; porque como ser humano de cualquier generación, pasada o venidera seguiré  creyendo que la esperanza es lo último que muere ...

POR LUIS DE LLANO MACEDO
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