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La insoportable levedad del hastío

OPINIÓN

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Hoy no he podido más, mi “loca de la azotea”, la necia que vive en el último piso de mi ser y que todos los días me despierta de madrugada, me ha puesto un ultimátum: “si no te pones a escribir, llenaré con tantos datos tu cabeza, que no te quedará otro remedio que insertarte una memoria usb o conectarte a la Big Data”. No cabe duda que en estos tiempos de tecnología exponencial, hasta mi propia humanidad está a punto de ser víctima de un crash existencial, y no me ha quedado otra que ponerme a escribir o sufrir los efectos de una revuelta en mi “hardware neuronal”. 

Quizá me esté pasando algo parecido a lo que le sucedió al Quijote, que de tanto leer y poco dormir, el pobre Caballero de la Mancha perdió el juicio, tratando de desentrañar la razón de la sinrazón y muchas veces le vino el deseo de tomar la pluma, pues los pensamientos le estorbaban o algo así.

Lo cierto es que conforme estos días de confinamiento inducido se han convertido en semanas en las que no me he podido resistir a la tendencia de sobrexponerme a la red, a los gadgets inteligentes, a engancharme a discusiones y banalidades on line, y a la permanencia (in)voluntaria en cualquier pantalla cautivo de las series que siempre he querido ver de principio a fin; a crear mi propia playlist musical de favoritas; pero también a leer y releer aquellos libros que por alguna razón dejé inconclusos en algún intervalo de vida; y al mismo tiempo, convivir, platicar, discutir y jugar a ser niño nuevamente con mis hijas y recuperar la costumbre postergada -o quizás soslayada por común acuerdo- de dedicarle tiempo al romance en pareja. 

En todo este tiempo, nunca he estado solo y nunca he querido estarlo, hasta hoy cuando mi soledad se sintió abandonado por la insoportable levedad del hastío multitask, que de tanto entretenerme, me mantuvo exiliado de mí mismo. 

La palabra “solitud” puede sonar un poco polvorienta y desusada, pero quizá sea el termino que mejor defina este tiempo en que la soledad no es un goce, sino una condición indeseable, pues la necesidad obsesiva de estar comunicado, ya sea de manera directa o a través de la tecnología, interactuando con la sociedad del enjambre no te permite escucharte a ti mismo, y mucho menos entablar un diálogo frente a frente con tus propias ideas. Es por ello que mi “loca de la azotea”, esta madrugada de abril del día menos pensado, me ha dictado este breve texto que ahora quiero compartir con ustedes, en esta “Bitácora del Autoexilio” que tiene como música de fondo mis propios recuerdos, y espero continuar ofreciéndoselas en forma recurrente: 

Mi Chole y yo, el hombre del parque y un mantra de los Beatles

En los extremos del paradigma, la locura y la sabiduría comparten un grado de luminosidad.  

Hace unos días, antes de la hecatombe, caminando hacia mi oficina vi a un hombre cantando en la esquina del parque frente a mi casa. Eso no tiene nada de raro, lo raro es que este señor, anciano, bien vestido, estaba allí, solo, cantando en perfecto inglés un tema de los Beatles, no pedía dinero, y por supuesto, nadie se lo daba, “qué curioso”, pensé, “cómo abundamos locos”. 

Pero lo verdaderamente extraordinario, es que después de cantar, se puso a platicar animadamente con alguien, quien no existía más que en su propio mundo. 

Sentí escalofríos y pena por él y por el efecto espejo, pero después de que pasé a su lado, caí en cuenta que el hombre a quien a primera vista creí solo, pobre y loco, no necesitaba ni dinero, ni compañía, ni mi pena, que había sacado a pasear sin correa a su propia soledad y juntos le cantaban, no a la gente, sino a la vida, en un éxtasis de alegría y hasta cierto punto, de egoísmo e indiferencia.

Que no era locura sino iluminación, que puedes estar perfectamente “casado” con tu soledad (hasta que el bip de celular nos separe) y ser feliz. 

En estos tiempos de aislamiento pandémico, mi querida soledad (mi inseparable “chole”) y yo nos vemos al espejo, reímos juntos y les compartimos esta nota cantándoles por este TikTok mental y a manera de mantra, una canción de los Beatles: ”Nothing´s gonna change my world, nothing´s gonna change my world… across the universe”.
El amanecer anuncia su llegada y aunque no sea mi cumpleaños, “ya los pajaritos cantan”… me asomo al balcón, siento el aire tibio, y puedo ver que el tiempo se detiene en esta instantánea de una ciudad en modo pausa y me sorprendo sonriéndome a mi mismo. Quizás, no sea tan malo hacerle caso a mi loca de la azotea y ponerme a escribir como en una catarsis del encierro, pues aunque estés acompañado orgánicamente de mucha gente o conectado virtualmente con todo el planeta, descubrir que estás muy a gusto contigo mismo puede ser tan gratificante como sentir en la piel los primeros rayos del sol que parece acercarse cada vez más, desafiando en solitud, el lejano horizonte del hastío. [nota_relacionada id=953752 ]

POR LUIS DE LLANO MACEDO
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