Alguien, a quien agradezco el gesto, me advirtió: “No hables de ‘gobierno fallido de AMLO’. Es lo que más molesta en Palacio”.
Quiero empezar haciendo dos comentarios sobre la amistosa recomendación. El primer comentario es que, aunque dejara de hablar de ‘gobierno fallido de AMLO’, sospecho que mi causa político-personal está perdida en Palacio. Dudaría de una buena receptividad, habida cuenta que el Presidente no destaca por recibir a sus opositores, de ningún color ni olor.
El segundo comentario es sobre la palabra ‘Palacio’. Retomando mi espíritu jacobino y partidario de lo mejor de la Revolución francesa, pensar que la prometida transformación profunda y popular encontró su simbolismo preclaro en la mudanza presidencial de una casa a un palacio me resulta, en el mejor de los casos, irónico y, en el peor, la expresión de una aspiración autoritaria inocultable.
Dicho lo anterior, hablaré de traspiés del gobierno de AMLO. Los traspiés en estas pocas semanas de COVID-19, caída del precio del petróleo, cierre temporal de la economía nacional y cuarentena social han sido muchos, notables, y dignos de mencionarse, aunque sea solo para hacer registro de la muerte de un sexenio.
Un traspié tiene que ver con la cerrazón gubernamental ante la oposición. En toda América Latina, con las notables excepciones de México y Brasil, los Presidentes se reúnen con la oposición y hacen conferencias de prensa conjuntas con sus partidarios y líderes de la oposición. El Presidente mexicano se rehúsa a reunirse con dirigentes y legisladores de oposición. Les ataca, los señala como conspiradores, junto con la prensa y miembros de la sociedad civil, por el simple hecho de ejercer su derecho a la crítica. Ese camino de la cerrazón y la negativa a abrir los caminos a la unidad nacional en tiempos de crisis es quizá el traspié más importante de este gobierno.
Otro traspié tiene que ver la la ruta que ha escogido de considerar que la crisis sanitaria y económica es “transitoria” (conceptualmente es cierto; es más, en la vida todo es temporal) y, por tanto, no ha requerido de una respuesta excepcional o diferente a la ruta que había trazado en su cabeza para este año. En su Informe reciente trató los programas de gobierno como si estuviera México en tiempos no-excepcionales y de rutina. Equivocado. Es un momento de excepción y requiere respuestas excepcionales, creativas y de emergencia.
Como consecuencia de lo anterior, el gobierno federal ha tenido dos traspiés relevantes y uno de coyuntura.
El primer traspié de la coyuntura es que, al no considerar la amenaza de COVID-19 como algo que pudiera afectar a México gravemente, se optó por minimizar la situación y la amenaza. Funcionarios de salud advertían sobre el peligro y el Presidente inmediatamente lo desestimó. Así fuimos, semanas, hasta que quedó claro que el peligro era real y, desesperadamente el gobierno empezó a buscar equipo en el mercado mundial. Ahora llegan aviones de China cuando médicos, enfermeras y pacientes se están muriendo de Coronavirus, en parte por falta de una respuesta a la crisis. El presidente no quiso gastar el dinero necesario para proteger a los trabajadores de la salud.
La pandemia ya nos alcanzó.
En la coyuntura actual el segundo traspié es que el gobierno no quiere gastar dinero público en rescatar a la planta productiva del país. Mientras el resto del mundo entiende que es necesario financiar el rescate de empresas, micro, pequeñas, medianas y grandes, con medidas fiscales urgentes, el presidente mexicano solamente tiene ojos para su refinería, su tren y su aeropuerto, cual niño en Navidad. No ofrece postergar impuestos y cobro de servicios públicos porque quiere seguir con sus proyectos. No acepta ayudar a nadie, excepto a su proyecto político.
Lo que se debería hacer es cambiar los criterios del presupuesto público para reorientar el gasto hacia el sector salud y el rescata de la industria nacional. Pero dice que no, no va a dar su brazo a torcer, ni siquiera por la realidad.
El traspié más reciente se refiere a la conducta de México ante la negociación de la OPEP. En vez de ofrecer un México propositivo y dispuesto a colaborar en la reducción de la cantidad de petróleo extraído del subsuelo a cambio de subir el precio por barril, México, intolerante e iracundo, no sólo no colaboró, sino que buscó un acuerdo con Trump para que él nos resolviera el problema. Ese acuerdo tiene dos costos. Un costo es lo que Trump nos va a pedir a cambio. Y segundo, la conducta humillante de México de no saber presentarse internacionalmente con dignidad y valor, sino de refugiarse detrás de las siempre dispuestas faltas del imperio estadounidense.
¿Traspiés? Constantemente. ¿Futuro? Incierto. ¿Sexenio? Acabado. [nota_relacionada id=965781]
POR RICARDO PASCOE
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