El aislamiento domiciliario es desafiante, con posibles consecuencias psicológicas para adultos en asilos, o niños, jóvenes y mujeres en entornos familiares de violencia. También para quienes necesiten salir a hospitales para diálisis, quimioterapia o por que se han cumplido los 9 meses de un esperado embarazo. Los que tenemos la posibilidad de enfrentar este periodo de lentitud sin amenazas, a pesar de las privaciones propias del encierro, podemos asumirlo con libertad, encontrarle el potencial, compasivamente crecer en tolerancia a la frustración y construir un espacio de meditación que nos permita agradecer nuestra realidad, que hoy es inmensamente mas afortunada, que la del dolor y desesperación que algunos de nuestros hermanos atraviesan.
Con mandil blanco, Mario atiende un puesto de tacos en Barranca del Muerto e Insurgentes. Con lo que gana a diario, comen sus hijos Fernando y Diego de 4 y 7 años. No hay clientes. Su esposa Luz María, con lo que gana como estilista, paga la renta. El salón esta cerrado. Como ellos, 40 millones de mexicanos meseros, camaristas, taxistas, boleros, comerciantes, organizadores de eventos, guías turísticos, consultores y freelancers no tienen certeza de cuando volverán a tener un ingreso estable. A esta escalofriante realidad, el gobierno y la sociedad civil, no le podemos dar la espalda.
Gabriela de 50 años entró con pants azules al hospital en Nueva York tras cinco días de aislamiento en casa. La fiebre y la tos no cedían y se sentía cada vez mas corta de aliento. Sus dos hijos universitarios insistieron en que se hospitalizara por precaución. Fue confinada a una sección para COVID-19. No pudieron abrazarse, ni tampoco anticiparon que ese sería el último día que se verían. Una semana mas tarde, en medio de una violenta agonía, el personal del hospital sostuvo frente a ella un iPad, para que por lo menos así, se despidiera de los suyos.
Como ella, más de 25,000 vidas truncadas. Igual número de familias desgarradas, que no pudieron acompañar a sus padres, abuelos, hermanos o hijos, en el sagrado momento de soltar su cuerpo y terminar su misión de vida, única y singular. Y probablemente no han podido reunirse para celebrar el duelo y mitigar la pena. En Italia, solo el sábado 21 de marzo, hubo casi 800 muertos; camiones militares cargados de féretros, llevándolos a parajes remotos. Los días subsecuentes no han sido muy distintos, y España vive una tragedia similar. El personal médico, exhausto y en riesgo de contagio, debe tomar brutales decisiones sobre a quién conectar a un ventilador, y a quién dar cuidados paliativos. En México, con el aislamiento, rogamos no tener que vivir esta realidad.
Hoy la incertidumbre nos mira directo a los ojos, y nos toca sostenerle la mirada. No sabemos si las medidas de distanciamiento se levantarán en un mes, o se acrecentarán. No sabemos la profundidad de la crisis en la economía familiar, ni cómo se afectará la cadena de suministro. Lo que si sabemos es que va a exigir resiliencia, esperanza y que podemos enfrentarlo unidos. La pandemia es un parteaguas, podemos penetrar su realidad y salir del otro lado humanizados. Tenemos la oportunidad de dejar de vivir dormidos, despertar, conectar con nuestra esencia, y desde ahí reverenciar la vida y a nuestro Planeta. La tierra hoy es fértil, la semilla que vamos a sembrar, ¿emanará de la inercia de la voracidad y el egoísmo? ¿o plantaremos con firmeza desde la conciencia y la solidaridad? La respuesta la damos cada uno, cada día.
Por Javier Careaga
Coach / Consultor / Conferencista