Muchos hemos estado pensando durante el encierro obligado qué ocurrirá cuando esto termine (y cuándo terminará, claro). El día después, probablemente no sea de regocijo, sino de preocupación por el cataclismo que el COVID-19 dejó. Veremos con dolor cuántos restaurantes y pequeños locales donde hacíamos compras cerraron irremediablemente.
Mucha gente habrá perdido sus empleos y se encontrará al borde de la crisis. La sensación de bancarrota colectiva, a pesar de haber superado la crisis de salud pública, será total.
¿Y entonces por qué imaginar sólo lo distópico? Quizá porque desde ese pesimismo podremos luchar por que ocurran cambios inimaginables antes de la pandemia. Por ejemplo, una renta universal, algo que Piketty proponía en su libro Capital. Una forma modificada de estado de bienestar que garantice salud y educación públicas, el retiro y el ahorro populares.
Si algo podemos sacar de las formas democráticas de solidaridad que están ocurriendo en el mundo es que se trata más de distancia física y de cercanía social que de otra cosa. Si podemos eventualmente realizarle en el supermercado sus compras esenciales a un vecino mayor, sería lógico ofrecérselo siempre. Nosotros igual iremos por las nuestras.
Sé, por supuesto, que hay que denunciar las tentativas de muchos gobiernos, incluido el de EU, de anular garantías individuales. El estado de emergencia debe ser temporal y, aun así, acotado. Las formas de vigilancia estatales son siempre crueles y hay que limitarlas. Las biométricas y, sobre todo, las cibernéticas. Algo que la KGB o la Stassi nunca logró es ahora accesible y los estados cibernéticos controlan las 24 horas a sus ciudadanos.
Decía Paul Valéry que no se puede gobernar sólo con la coerción, que hay que crear fuerzas ficticias. O miedos ficticios. No quiero implicar que la epidemia no es seria ni global, sólo quiero insistir que no nos podemos acostumbrar a formas arbitrarias de control. Nos hemos retirado en cuarentena no sólo por las órdenes de los gobiernos, sino por voluntad propia. La autocracia nunca será la cura.
No es posible que sea el estado nación y sus terrores lo que salga ganando. No nos podemos reunir, pero podemos disentir en línea. Bernie Sanders, por ejemplo, usa los recursos económicos de su campaña y su alto apoyo juvenil para redirigir sus esfuerzos y dinero a los grupos más afectados por la enfermedad. No creo que sea por un dividendo político, ya que no ganará la nominación, sino por simple ética.
Trump, sin embargo, parece estar pensando desescalar las restricciones y poner a todos a trabajar. Su elección ética es clara: dinero primero que vidas. Sus argumentos, endebles: para evitar suicidios, porque mueren más en accidentes de coche. Hay proyecciones afirmando que un millón 700 mil estadounidenses podrían morir por la epidemia si no hay restricciones. Ver para creer.
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PD: La semana pasada por error introduje en mi columna a Paola Gómez como editora en Planeta. Una disculpa, es desde hace un mes editora freelance.
POR PEDRO ÁNGEL PALOU
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