Maternidad, paternidad e igualdad de género

México sigue teniendo una licencia materna penosamente breve, así como un criterio desigual respecto al papel de los padres en la primera crianza

Por justicia laboral, igualdad de género y el cuidado de la salud infantil, resulta inaplazable aumentar las licencias remuneradas de maternidad y paternidad en nuestro país.

Esta debería ser una prioridad indiscutible para todos los grupos parlamentarios en el Congreso de la Unión, cuyo periodo actual de sesiones culmina el 30 de abril, por lo que habría tiempo más que suficiente para lograrlo, máxime cuando esta es una necesidad de sobra conocida.

México sigue teniendo una licencia materna penosamente breve. Es por ello que, para preservar la supervivencia del recién nacido y velar por la recuperación física de la madre, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) ha sido muy enfático en que tenemos que extender dicha licencia de 12 a 18 semanas –cuando menos–, como lo marca la última recomendación de la OIT. Eso sería lo mínimo aceptable para nuestra nación, cualquier pretensión por debajo sería retrógrada.

Ahora bien, al considerar la estrecha correlación que múltiples estudios han demostrado entre este tipo de prestaciones y la práctica de la lactancia materna, que como sabemos tiene innumerables beneficios para la salud de los menores, en realidad el objetivo nacional debería ser un permiso que garantice algunas semanas previas al parto y seis meses posteriores al mismo, por lo que habría que exigir igualar las 30 semanas que un país como Chile dispone, por ejemplo.

Esto nos lleva a la otra cara de la moneda: el permiso de paternidad, que tiene que incrementarse aún más, no sólo por el bienestar de los bebés, sino como una política pública concreta en la lucha por los derechos e igualdad sustantiva de las mujeres.

La licencia para padres se encuentra mucho más rezagada en México y América Latina (5 días en nuestro país y el máximo 14 días en Paraguay). Lo que se esconde detrás de esta realidad es una profunda discriminación: la noción de que la crianza de los hijos corresponde sólo a la mujer, lo que añade mayores barreras laborales para la población femenina, bajo la concepción trasnochada y absurda de que contratar a una mujer podría suponer mayores costos por la obligada separación temporal del trabajo que conlleva dar a luz.

Es momento de reclamarlo: los hijos no son sólo de las madres, son también nuestros. Requerimos transformar el lenguaje y la comprensión de nuestros roles familiares y sociales. Por lo tanto, nuestro país se debe fijar como meta contar con la licencia de paternidad más extensa de la región con un mínimo de 4 semanas, que permitan nuestra completa participación –al menos– durante la etapa neonatal. La maternidad y paternidad igualitaria obligan a un cambio de conversación, poniendo siempre en el centro del debate la integridad y el desarrollo infantil. Mayores licencias de maternidad y paternidad significarán un mejor comienzo en la vida para nuestros hijos, progresos en su calidad de vida y mayores equilibrios sociales. No tengamos miedo a una auténtica modernidad, abracémosla.

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POR JESÚS ÁNGEL DUARTE
COLABORADOR
@DUARTE_TELLEZ

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