Las elecciones presidenciales en Estados Unidos se realizarán el 3 de noviembre de este año. Faltan pocos meses para conocer quién será el contrincante demócrata que enfrentará a Donald Trump por la Presidencia del país.
La convención Demócrata se realizará del 13 al 16 de julio en Milwaukee, Wisconsin. En cambio, la reunión del Partido Republicano se efectuará del 24 al 27 de agosto en Charlotte, Carolina del Norte.
En el caso del Partido Demócrata, la asamblea se integrará por cuatro mil 535 delegados, y el candidato que reciba el voto de por lo menos mil 885 de ellos en la primera vuelta o dos mil 268 de todos los delegados en las vueltas siguientes será el ganador de la candidatura del partido.
La convención del Partido Republicano se integrará por dos mil 550 delegados. Para ser electo candidato presidencial se requiere el apoyo de por lo menos mil 276 delegados. En el caso de este partido se espera que Donald Trump será nominado, por lo cual la votación en la jornada es considerado un acto protocolario.
Mientras Donald Trump es el obvio candidato de los republicanos, en el partido Demócrata reina la confusión y la división.
Trump como Presidente le impone la agenda política y económica a su partido y pocos partidarios se atreven a cuestionarle.
Entre los demócratas, las divisiones ideológicas y políticas reinan. Definen el curso de la campaña cada día y cada debate entre los siete precandidatos que aún permanecen en la carrera. Discuten, más que nada, sobre temas internos. El resto del mundo puede esperar. Discuten sobre su oferta de una política de atención médica a los estadounidenses: atención universal gratuita exclusivamente o una mezcla de atención privado-pública.
También debaten sobre la política migratoria (regularización de migrantes indocumentados o su contención) y la fiscal: un modelo progresivo o uno de carácter igualitario para todos. Hay poca discusión sobre política exterior, excepto en lo que se refiere a Europa y la OTAN, Medio Oriente, China, y vagos escarceos sobre el T-MEC. Ni siquiera Cuba o Venezuela son tema de campaña, excepto cuando los candidatos viajan al estado de Florida.
En el campo republicano la agenda la establece Trump, y su partido esencialmente se cuadra con él. Por razones electorales, pocos futuros candidatos republicanos están dispuestos a diferenciarse o distanciarse del Presidente. Su número de electores, sin ser los mejores, sin duda perfilan la posibilidad de su victoria en noviembre. Incluso, el intento demócrata del impeachment (juicio de destitución del Presidente) podría estar jugando ahora a favor del republicano. Está volviendo al script de su campaña anterior: atacar a migrantes y extranjeros en general, atizar miedos sobre el “socialismo” y hablar de sus “grandes éxitos” en hacer de Estados Unidos el país más rico y poderoso del mundo. ¿Si funcionó en 2016, por qué no habría de funcionar ahora?
Los demócratas, en cambio, no aciertan en ponerse de acuerdo. Ahora el partido se divide entre radicales y centristas. Los radicales son Sanders y Warren, mientras los centristas son Bloomberg, Klobuchar, Steyer, Buttigieg y Biden.
Incluso, conforme avanza en sus éxitos en las elecciones estatales, Sanders es cada vez más explícito en su posicionamiento político: ahora se define como un candidato “socialista”. Empieza a sentir que puede liderear una sólida corriente socialista en Estados Unidos.
Al calor del entusiasmo de las campañas, este discurso tiene tracción entre muchos jóvenes desencantados con el sistema político. Pero tiene su contrapeso: como le sucedió a Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, donde también se declaró socialista y llevó al Partido Laborista a perder todo su apoyo obrero y a la peor derrota en su historia, Sanders podría correr el mismo peligro. Están agitando la bandera “socialista” en sociedades profundamente conservadoras.
Recientemente, Sanders planteó la necesidad de cambiar la reglas de la convención Demócrata para que sea candidato el que llegue a la votación con el mayor número de delegados, aunque no alcance una pluralidad. Si bien la dirección demócrata rechazó cambiar las reglas, el comentario de Sanders puede presagiar una ruptura interna de la convención Demócrata y una posible candidatura independiente de Sanders, lo que aseguraría la victoria de Trump en noviembre.
Por todas estas razones, es necesario, por lo menos en este momento, contemplar la posibilidad de la reelección de Trump, con todas las consecuencias que ello puede implicar para México. Nuestro país tiene una relación difícil con el inquilino en la Casa Blanca. Ha definido la política migratoria mexicana, la política de seguridad y, recientemente, la política económica. Su política es la intromisión, con el juego de buenos y malos. Barr es el malo, el embajador el bueno. Acostumbrémonos a la idea de cuatro años más de ello. [nota_relacionada id=876923]
POR RICARDO PASCOE
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