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Maximino y Lozoya

El gobierno de Peña utilizó estrategias y formas innovadoras para saquear, lo mismo que recurrió a rupestres abusos

OPINIÓN

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Emilio Lozoya Austin es hijo de Emilio Lozoya Thalman, uno de los amigos más antiguos y apreciados de Carlos Salinas de Gortari; fue director del ISSSTE y secretario de Energía en el gobierno salinista.

Luego desapareció de la escena política y su apellido volvió a llamar la atención veinticinco años más tarde, con el ascenso de su hijo Emilio, quien en la campaña a la Presidencia del candidato Enrique Peña Nieto era nada menos que el número tres en la estructura de mando, después del candidato y del coordinador Luis Videgaray.

La acotación resulta indispensable por dos razones. La primera es que Javier Coello Trejo, abogado del señor Lozoya Austin, siempre tuvo la razón: Lozoya no se mandaba solo. Traducido al castellano, durante la campaña, todas las decisiones y asuntos acordados con el candidato, y que no podía resolver Videgaray por estar ausente o por falta de tiempo, los resolvía Lozoya.

Si la campaña de Peña recibió dinero de la compañía petrolera Odebrecht, tuvo que ser en ese lapso en el que Videgaray y Lozoya hacían el uno-dos en la cumbre del poder priísta, sólo debajo del candidato y posterior presidente. Si somos condescendientes, el tema espinoso de aceptar el dinero de la compañía brasileña pudo ser conocido por uno de los dos y no por los dos. Pero si atamos los cabos de la estrechísima relación entre Peña y Videgaray y a su vez de Videgaray con Lozoya, es posible considerar que ambos estaban enterados y fueron piezas eficaces en la resolución del problema. Y desde luego podemos pensar que estaba enterado el candidato.

Los ecos de la caída de Lozoya Austin no se extinguen en las decisiones y acciones posiblemente ilegales de las que pudieron ser partícipes Peña, Videgaray y Lozoya. Los tañidos del más importante de los escándalos políticos de corrupción en varias décadas son piezas esenciales para el armado del rompecabezas de la corrupción política.

La caída de Lozoya aporta elementos nuevos a un sentido amplio de comprensión sobre el modo en el que la corrupción y los negocios entre el poder público y el privado se transformaron y fueron catapultados hacia dimensiones inimaginables.

En la época posrevolucionaria la corrupción siempre estuvo presente. Maximino Ávila Camacho, hermano del expresidente Manuel Ávila Camacho, es uno de los ejemplos más rotundos de uso y abuso del poder. En esos años, cuando la corrupción conservaba un espíritu primitivo, Maximino era conocido por los despojos de tierras y propiedades en nombre de su apellido.

El gobierno de Peña utilizó estrategias y formas innovadoras para saquear y desviar dinero –la Estafa Maestra–, lo mismo que recurrió a rupestres abusos de hace 8 décadas, como el despojo de empresas petroleras, comandado por Lozoya. Los millones de dólares involucrados en las demandas que rodean a Lozoya hablan de la voracidad en el gobierno de Peña; el retorno a prácticas arcaicas como el despojo muestra en toda su expresión el carácter de la última generación de políticos en el gobierno.

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POR WILBERT TORRE

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WILBERT TORRE
@WILBERTTORRE


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