La mirada es feroz pero amorosa, como de un padre severo que pelea por nuestra felicidad y por nuestra moral. La piel brilla por los rayos de sol de la patria, que rebotan desde hace años en ese rostro peregrino cien por ciento pueblo bueno que, sí, ha mirado cada uno de los municipios de nuestro México.
Lleva una chamarra holgadona, una camisa a cuadros y, faltaba más, uno, otro, collar de flores, aparte de una como bufanda. De pronto, se escuchan esas palabras que, instantáneamente, ponen a nuestra democracia en otro nivel:
“Fuchi, caca”.
Porque a ver: ha sido un año y pico de enaltecimiento del ejercicio político. De dignificación del servicio público. De, como dijo nuestro Presidente en certera referencia a uno de sus antecesores en el cargo, el egregio Adolfo Ruiz Cortines, “cuidar la investidura”. Fue el año y pico de “Pa´su mecha”, por aquello del jugo de piña miel que tantos beneficios puede traer a los pueblos del sur (economía popular, sí). Fue, no lo olvidemos, el de los “sepulcros blanqueados”. El de “fuchi, guácala”. Porque esto, no lo olvidemos tampoco, tiene un antecedente.
Eso dijo nuestro líder, “fuchi, guácala”, en algún momento de 2019 si recuerdo bien, para invitar a los criminales a dejar sus actividades, con los resultados que todos conocemos. El año y pico de “o sea, por quién votastes”, certera descalificación de todos sus críticos. Pero a ver: mátenme un “fuchi, caca”. Sí: decir “fuchi, caca” es poner la vara muy alta. Difícil superar eso.
Ahora bien: es difícil, pero ¿es imposible? No nos precipitemos. Si algo nos ha demostrado nuestro Presidente es que su capacidad para superarse es ilimitada. Nada más lejos de mis intenciones que darle lecciones a un líder comunicacional de esa envergadura, pero, humildemente, propongo un par de escenarios evidentemente hipotéticos para su consideración.
Primero. Palacio Nacional. Conferencia mañanera. El Presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos habla mientras Irma Eréndira Sandoval, arrobada, los ojos brillosos de emoción, el Cartier en la muñeca, lo observa, sentada a su izquierda. Luego de una de esas pausas tan suyas, el líder dice:
“Nepotismo, pedo”.
Otro. En gira por digamos Yucatán con el licenciado Manuel Bartlett, para explicarnos lo bien que va la quema de carbón, el primer mandatario cambia de tema repentinamente, con su collar de flores, y dice ante la multitud efervescente, feliz:
“Corrupción, popó”.
Eso es altura. Eso es un líder de alcances planetarios. Ese es un referente de la izquierda. Y es que es la era de la verbosidad descontrolada en la política, sin duda.
La era de Bolsonaro, de Boris Johnson, de Maduro. Pero el único capaz de decir “fuchi, caca” es nuestro Presidente. Y es que, digámoslo de una buena vez, ese uso del lenguaje no lo tiene ni Trump.
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POR JULIO PATÁN
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