COLUMNA INVITADA

Destruir la democracia

Es curioso que una buena parte de los medios de comunicación en Estados Unidos se hayan sorprendido con la actitud berrinchuda de su presidente saliente

OPINIÓN

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Pedro Angel Palou/ Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Donald Trump telegrafió desde 2016 lo que iba a ocurrir si no ganaba las elecciones -entonces y ahora-, lo volvió a hacer en plena campaña: una y otra vez nos dijo cuáles serían sus acciones si los votos no lo favorecían. Es curioso que una buena parte de los medios de comunicación en Estados Unidos se hayan sorprendido con la actitud berrinchuda, antidemocrática, vergonzosa (por usar sus palabras) de su presidente saliente. Es aún más curioso que según una reciente encuesta casi el treinta por ciento de los ciudadanos de este país crea que hubo fraude electoral. El daño ya está hecho. Más de ciento cincuenta millones de personas salieron a votar, independientemente de su elección, porque creyeron en el sistema democrático de su país a pesar de los intentos del presidente y sus secuaces por empañar la elección desde antes de que ocurriese.

El lunes pasado, sin embargo, Emily Murphy, la encargada de la agencia de servicios generales -encargada de “cerciorarse” de que hay un presidente electo- cedió al fin y abrió el camino a la transición. Esto ocurrió porque las avenidas legales de Trump y sus penosos abogados con el tinte corriéndoles por las mejillas se cerraron prácticamente del todo. Michigan certificó la elección, al igual que Pensilvania, donde además la Suprema corte local desechó un intentó de no contar ciertas papeletas enviadas por correo. Treinta y cuatro casos judiciales, al menos, no prosperaron por carecer de evidencias. Se trató de una campaña mediática, de mercadotecnia -para recaudar fondos para la deuda de Trump y para posicionarlo en su futuro político, sea para controlar al Partido Republicano o para una muy improbable candidatura en 2024.

Quizá mucho más penoso que ese juego de Trump es que los republicanos le siguieran el juego por quince días, negándose ellos mismos -salvo honrosas excepciones- a aceptar lo evidente. Algunos piensan que fue para energizar a la base electoral y lograr ganar las dos sillas del senado que se decidirán en Georgia el cinco de enero y que pueden quitarle la mayoría al partido republicano en el senado, pavimentando el camino a un primer trozo de la administración Biden-Harris donde puedan hacerse reformas mayores.

Ese mismo lunes Biden continuó escogiendo a su gabinete, con un primer latino dirigiendo la seguridad interna (DHS), el arquitecto de Daca, de origen cubano. Con una primera mujer afroamericana como embajadora de la ONU, con una primera mujer como directora de seguridad nacional, con John Kerry como embajador anti-cambio climático y con una antigua jefa de la reserva como la primera mujer en 231 años en ser secretaria del tesoro. Un día antes había nombrado a uno de sus más cercanos, un multilateralista consumado, como canciller. En todos los miembros de su gabinete se escribe la misma frase: lo más opuesto a lo ocurrido en cuatro años con Trump. Eso da tranquilidad a los votantes, a los mercados y a los propios opositores. No tanto al ala izquierda del Partido Demócrata, que exige se cumplan los acuerdos de unidad (particularmente enfática ha sido Alexandria Ocassio-Cortés al respecto).

Ahora viene lo verdaderamente difícil, gobernar. Al problema político planteado arriba, con un país herido y dividido, hay que agregarle la pandemia y su difícil control (pese a la luz al final del túnel de al menos tres vacunas casi en forma), la economía en crisis, que algunos ya llaman claramente recesión, con todas sus letras. 

71 millones que votaron por Trump a pesar de su misoginia, de su crueldad, de sus crímenes probados y por probar. Si eliminamos de esa lista a los terraplanistas, a los Qanon, a los radicales del supremacismo blanco, todavía nos quedan muchos millones, la inmensa mayoría que votaron así porque su situación vital y económica, su salud y su seguridad son absolutamente precarias. Si los demócratas no convencen en cuatro años -y mejor, desde el inicio, en el primer año y en los primeros cien días- que son el partido del 99% y que sus enemigos políticos, con Mitch McConell y otros senadores que se han enriquecido obscenamente, son el 1%, la administración de Biden y Harris fracasará y será leída como la élite de Washington que sigue sin ver al país.

Tengo la esperanza, como muchos otros, que esto no será así. Hay tanto por hacer.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU