El sábado pasado, Joe Biden y Kamala Harris obtuvieron la victoria en los comicios presidenciales más competidos de la era moderna de Estados Unidos. Los ciudadanos votaron varias semanas antes y en esta ocasión hubo una gran cantidad de boletas que fueron enviadas por correo, lo que creó un rezago en el conteo.
El proceso electoral en EU es complicado de entender para quienes estamos acostumbrados a un sistema de elección popular más simple. Básicamente, cada uno de los 50 estados representan un número variable de votos electorales que sumados dan 538.
California vale 55 votos, Texas 38 y Nueva York y Florida 29 cada uno. Alaska, Vermont y Montana representan 3 votos cada uno. Con excepción de Nebraska y Maine, que son los únicos que dividen sus votos de manera proporcional en el resto de los estados, el partido que obtiene más sufragios populares se lleva todos los votos electorales.
Originalmente, pensado para mantener la unión de los estados en una representación equitativa, la consecuencia de este sistema decimonónico es que puede llevar a la victoria a alguien que no ganó el voto popular, como fue el caso de George Bush en 2000 y Donald Trump en 2016. En esta ocasión, Biden ganó tanto el voto electoral, como el popular.
Debido a que la pandemia afectó la velocidad del conteo, para el 7 de noviembre los resultados eran abrumadores en favor de la fórmula Biden/Harris. El demócrata dirigió un mensaje, pero Trump se negó a reconocer la derrota y alegó fraude electoral basándose en que el margen de victoria en algunos estados es muy pequeño (0.2% en Georgia, 0.5% en Arizona, 0.7% en Pensilvania y Wisconsin).
Una vez que se confirme el recuento de votos en esos estados y se resuelvan las demandas legales, el comportamiento de Trump de ahí al 20 de enero –fecha en que debe entregar el poder– determinará: 1) la estabilidad del país y 2) su futuro político o incluso legal.
Para Biden, el primer año de su administración estará enfocado en restablecer el papel y la imagen de EU en el plano internacional. Tendrá que reconstruir las relaciones con sus principales socios y aliados, muchas de las cuales han sido interrumpidas o estresadas durante la administración Trump. México es, sin duda, una de esas relaciones alteradas.
En su gobierno, Trump logró amedrentar a AMLO, atrapándolo en lo que sólo se puede explicar con un síndrome de Estocolmo.
El Presidente mexicano intentó hacer pasar el miedo por respeto, pero sucumbió a demandas en materia de migración y comercio.
El efecto Trump sobre AMLO es tan complejo como el efecto de Putin sobre Trump. Incluso, después de la reacción internacional de los principales aliados de EU como Canadá, Reino Unido, Francia, entre otros, felicitando a Biden, el síndrome parece que subsiste en AMLO, quien se une a una lista de personajes como Xi Jinping y Bolsonaro que no han reaccionado. Con Biden, AMLO tiene la oportunidad de recrear una relación seria, basada en respeto e intereses compartidos, libre de síndromes, esperemos que no la desaproveche.
POR ÍÑIGO GUEVARA
*DIRECTOR DE LA COMPAÑÍA JANE'S EN WASHINGTON, DC.