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Sobre la religión y la laicidad II

En el límite, el ámbito religioso es inseparable del ámbito público-político, social y cultural

OPINIÓN

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Estamos analizando las relaciones entre la religión, la laicidad y la política, para la comprensión de las cuales es necesario proyectarlas sobre planos diversos, y en un marco multisecular con la amplitud suficiente para poder apreciar la infinidad de conexiones de los contenidos de tipo religioso con las instituciones políticas, artísticas, educativas o científicas.

Para estos efectos recomendé, en mi artículo anterior, el libro de Christopher Dawson Historia de la cultura cristiana, a objeto de evidenciar la inoperancia de planteamientos en extremo simplistas, de escala sociológica, desde los cuales se exige separar, así como así, el ámbito de lo religioso del ámbito público—político—estatal.

La tesis, en esencia, es como sigue: el despliegue de la matriz geopolítica occidental a lo largo de los siglos, sobre todo desde la organización del imperio romano como síntesis de la antigüedad greco—helenística y judeo—cristiana en la que Oriente y Occidente, por obra de Alejandro Magno, quedaron fusionados, y a la que quedaría luego incorporada América por obra del imperio español y el inglés durante la Era de los Descubrimientos, configuró una arquitectura de grandes dimensiones y complejidad dentro de cuyas paredes y bóveda cobraron consistencia las figuras de las que derivarían las formas institucionales de lo que hoy es el mundo moderno:

El arte gótico y el barroco, la síntesis del aristotelismo cristiano, el Derecho, el surgimiento de las universidades —donde hoy imparten cátedra ateos, agnósticos y sociólogos—, los municipios, los gremios y las ciudades libres, la institución de la caballería o el humanismo igualitarista y corporeísta (que es el sello de distinción del cristianismo frente al incorporeísmo musulmán), son tan sólo algunos de los hilos de la densa madeja de relaciones sociales en medio de las cuales se planteó, a escala político—ideológica, la separación de la Iglesia y el Estado a partir, sobre todo, del siglo XIX —aunque con antecedentes del XVII tras la Guerra de los Treinta años y la Paz de Westfalia—, pero sobre un eslabonamiento, sin solución de continuidad, de formas políticas que anudan a la polis griega, el imperio romano, la civitas cristiana y al Estado moderno, en efecto, que a partir, fundamentalmente, de la Era de las Revoluciones, se nos ofrece, según sus modulaciones características: Estado absolutista, Estado nacional—constitucional, Estado nacional—totalitario, Estado nacional—autoritario y el Estado nacional democrático de derecho de nuestros días.

Habría que hablar entonces –y aquí va otra de las tesis centrales– más que de separación, de disociación entre la Iglesia y el Estado (o más bien Gobierno), en el sentido de que, en el límite, el ámbito religioso es inseparable del ámbito público—político, social y cultural, según hemos querido mostrar, tan sólo es disociable, según criterios y protocolos muy puntuales y diferenciados, como pueden ser los de carácter electoral o partidista.

Pero nada más.

POR ISMAEL CARVALLO ROBLEDO

ASESOR EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS

@ISMAELCARVALLO

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