Al son de: “Soy leyenda, aunque les duela”, apareció Javier Hernández en Los Ángeles. Menuda joya. ¿Se podrá ser más autocomplaciente?
Por algún motivo que no alcanzamos a descifrar, al ex red devil se le nota incómodo, molesto, buscando camorra donde no hay espacio alguno para el conflicto.
Ese afán de notoriedad, ese celo profesional mal entendido y ese discurso ramplón de autoayuda, estilo “pare de sufrir”, van a terminar restándole adeptos a un futbolista que se fue como el bien amado a tierras europeas, aterrizando en Manchester contra toda lógica.
Fue idolatrado, venerado, mimado, pero como goles son amores, poco a poco se fue rompiendo ese lazo sentimental con los mexicanos, o al menos con un sector muy bien identificado: la prensa.
Nadie le quita al Chicharito el mérito de ser el máximo goleador en la historia de la Selección, como tampoco deben regateársele sus conquistas con el Manchester United y el Bayer Leverkusen; incluso su paso fugaz por el Real Madrid, donde, a pase de Cristiano Ronaldo, mandó a guardar la pelota al fondo de la red para dejar tendido al Atlético, en partido de matar o morir en la Champions.
Tras casi 10 años en Europa, Javier recaló en Los Ángeles para enrolarse en las filas del Galaxy, quizá el conjunto más mediático de la MLS. Después de un periplo andaluz para el olvido (ya que con el Sevilla anotó solamente tres goles y jamás pudo hacerse de la titularidad), Hernández comprendió que ya no tiene las herramientas futbolísticas para competir en El Viejo Continente.
Por ello, aseguró su futuro firmando un contrato millonario en una liga asequible para seguir metiendo goles, aún cuando se debe reconocer que el futbol profesional de Estados Unidos no es el flan que era hace 15 o 20 años. Sin embargo, es una liga en la que a los delanteros y los talentosos se les deja jugar. Están a su aire, pues. Por ello no dudo que el mexicano pueda seguir cosechando anotaciones.
El contrato es estupendo y, rozando los 30 años, el jalisciense tiene todavía algo que dar en las canchas. Esperemos, por su bien, que haga buen grupo con sus compañeros de equipo, ya que es del dominio público la proclividad de Hernández para disolver vestidores.
Ya sin Antuna para abastecerlo de balones por la derecha, Javier tendrá que hacerse de socios para encontrar portería. Atrás de él, su compatriota Jonathan dos Santos seguramente seguirá siendo el péndulo que equilibre.
Ante la salida del supercrack Zlatan Ibrahimovic, el Chícharo deberá echarse los reflectores encima, y aunque sea en una liga de menor fuste, incluso que la mexicana, tendrá la lupa encima jornada tras jornada. Así es que venga Javier: a hacer “cosas chingonas” en Los Ángeles. No basta con imaginárselas. [nota_relacionada id=818554]
POR JORGE MURRIETA
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