Casí siempre escojo una con fotos de celebridades con vestidos increíbles o con encabezados escandalosos, aunque estos últimos son mis favoritos. Cuando la tomo, me voy lo más rápido que puedo a la página con el tema en cuestión, porque si me quedo a la mitad del texto cuando toca mi turno, me da cierta ansiedad que no me deja concentrarme después.
Ya en la consulta o en el sillón del peluquero, muchas veces la plática gira alrededor de la cultura, pero no por iniciativa mía, sino porque saben que tengo amigos artistas y a la gente le interesa saber de cosas que, según ellos, no conocen, pero que les llama la atención. Por lo general, la conversación comienza con frases como: “No sé nada de esas cosas, pero me gustan mucho”, y de ahí nos seguimos con referentes que todos conocemos, para terminar en los chismes de artistas o de galeristas de otros siglos, que, al igual que los socialités del ¡Hola!, despiertan interés si te sabes la anécdota correcta.
Me parece que ésta es una de las mejores formas de aprender arte, porque los personajes de los que hablamos parecen vacas sagradas y acercarse a ellos, estén vivos o muertos, puede ser intimidante. Aproximarse a los creadores, como quien se acerca a los royals de las revistas, suele ser más efectivo para quien es nuevo en el tema; además, de esa manera evitamos la desagradable sensación de no poder expresar la importancia de una corriente o de una pintura que nos fascina. En algún punto de la conversación, casi todas las personas me dicen que no saben por qué, pero que sienten cosas, que no pueden explicar por qué razón tienen cierta imagen de manera indeleble, que vieron en un museo o por qué algo les parece absurdo, como los cuadros de Pollock y Botero (mencionados en repetidas ocasiones).
Lo que me gusta es que más allá de que alguien se sepa culto o no, el arte es siempre interesante, porque forma parte de nuestra naturaleza. También disfruto cuando veo en alguna revista los cuadros que están en las fotos, al mismo nivel que gozo de los tapetes y de la ropa. Y es que todo lo que está en la escenografía de nuestra vida tiene que ver con nuestras elecciones estéticas: gustos particulares, los colores, las telas de las cortinas o de los vestidos que deseamos que hablen por nosotros. Pienso, por ejemplo, en la mancuerna de Piet Mondrian e Yves Saint Laurent, cuando este diseñador echó al mundo la Serie Mondrian para la temporada otoño-invierno de 1965. Estos vestidos mini con líneas negras y cuadros blancos, azules, amarillos y rojos es la representación de que la moda y todo lo que nos rodea es fruto de decisiones estéticas.
Por eso, mi conclusión en conversaciones, es que todos sabemos de arte, el arte es genial y que de manera inevitable necesitamos de la belleza en todas sus manifestaciones.
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POR: JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@ELHERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG
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