Desde la campaña presidencial de Donald Trump, en 2016, el mundo entero tenía la sensación de que sería muy peligroso poner frente al botón rojo a un personaje con poco o nada de temple. Al ganar las elecciones, Trump demostró que el temor se podía convertir en realidad cuando, en mayo de 2018, abandonó el acuerdo nuclear con Irán, convenio que firmó Obama para destensar las relaciones, que Trump llamó “el peor pacto del mundo”.
Más adelante, fiel a su costumbre, vinieron las amenazas de Washington hacia Teherán, donde Trump dejaba claro que si Irán atacaba a sus aliados o a los mismos estadounidenses no dudaría en reaccionar. Desde la Casa Blanca se impusieron sanciones comerciales, bloqueos en exportaciones al petróleo iraní a EU y a la región de Oriente Medio. La respuesta de aquel país fue tratar de convencer a Francia, Alemania y Reino Unido de intervenir para amortiguar sanciones y, por otro lado, seguir capacitando en artes militares y paramilitares a ciudadanos y aliados.
Este intento del presidente de Irán, Hassan Rouhani, para distender el conflicto, no produjo los resultados deseados, por lo que Irán tomó otras vías para mandar mensajes claros. Quien tomó la batuta fue Qassem Soleimani, general y —de facto— ministro de relaciones exteriores iraní, quien, con sus aliados más cercanos, Irak y Siria, continuó los trabajos de militarización, así como el establecimiento de la estrategia de resistencia, por un lado con un sabotajes a la distribución de petróleo hacia Europa y, por otro, con constantes violaciones al pacto nuclear.
La mesa estaba puesta para que, unos días antes de terminar el convulso 2019, el 27 de diciembre, una de las milicias iraquíes, entrenadas y financiadas por Irán, atacara con más de 30 misiles a una base militar estadounidense con funcionarios de Washington, dejando a su paso militares heridos y a una contratista sin vida. La respuesta social no se hizo esperar y, en la embajada de EU en Irak, se realizaron protestas violentas, al grado que irrumpieron en las instalaciones de suelo estadounidense en Bagdad, por lo que la Casa Blanca retiró a su embajador. Horas después, el temido botón rojo sería activado.
Trump, sin consultar al Congreso, ordenó un ataque contra milicias iraquíes chiítas y militares de alto rango, tanto de Irak como de Irán, entre ellos el general Soleimani, abatido en el aeropuerto de Bagdad, ante el asombro del mundo. Tras la muerte de estos militares, se observaron en los funerales, a lo largo del río Tigris, banderas con frases como “venganza” o “muerte a América”, a lo que se sumó la postura de Rouhani, quien, junto con Ali Jamenei, líder clerical de Irán, manifestó que “los estadounidenses enfrentarán las consecuencias de este acto criminal”.
Y así fue. La noche del martes, más de 20 misiles atacaron a bases iraquíes donde hay tropas estadounidenses, al parecer sin víctimas mortales. “All is well” (Todo está bien), tuiteó Trump y, en este momento, sólo habrán más sanciones, lo que da un ligero respiro al mundo; pero, mientras el conflicto tenga una escalada, comenzará con un gran impacto económico, hasta un desmedido conflicto bélico.
POR ADRIANA SARUR
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