Pobre patria nuestra

No puede ser el país de las puestas en escena de grandes acciones anticriminales inventadas

Éste es un país colérico, furibundo. Un país tectónico, volcánico que está a punto de la erupción o del deslave, o al menos de la fallida alarma sísmica.

Es un país que debe gritar basta y colectivamente decirle no a la violencia, a los feminicidios, a las desapariciones, a la impunidad y su cínica prima, la corrupción. Decirle no también a las mentiras y las verdades a medias —ambas duelen igual—. Que debe pensar que el silencio, la mansedumbre y el voltear la vista no le hacen bien a nadie, más a que a los taimados o hijos de la tiznada que han lucrado con ese miedo.

Éste no debe ser el país de las fosas, ni las de tierra ni las de agua que tan bien ha documentado Lydiette Carrión. Tampoco puede ser el de los normalistas asesinados y desollados o incinerados. Ni el país de las puestas en escena de secuestros o de grandes acciones anticriminales inventadas por un secretario de Seguridad. No puede ser el lugar donde los ministerios públicos y los jueces e, incluso los ministros, actúan de acuerdo con quien los maicea y corrompe. Tiene que ser el país de las manos limpias. Ésa es la primera operación esencial: un país de manos limpias.

No puede ser tampoco el país que le pide a otros que se disculpen por lo que no ha hecho bien. México tiene que empezar por disculparse por la guerra sucia, por 1968, por los desaparecidos, sí, pero también tiene que empezar a pensar en reparaciones a los genocidios y las violencias contra los pueblos originarios. Es tiempo de que el estado de Derecho sea para todos y que el lema de Emiliano Zapata y su Plan de Ayala, Justicia y Ley, no sean pleonasmo.

Éste no puede ser el país en donde la Constitución tenga tantas enmiendas que los constitucionalistas no pueden siquiera entenderla. Diego Valadés y un equipo del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM han trabajado en una Constitución depurada, sin contradicciones y repeticiones por el infinito número de enmiendas mal hechas y peor escritas. Un constitucional nuevo, sin embargo, es prioritario.

No puede ser el país de un narcoestado —incluso tampoco de múltiples minicárteles disputándose el territorio—. No puede ser el país de los robos a mano armada, de las acuchilladas y de los mutilados. No puede ser el país de las cabezas arrojadas en la playa ni de El Pozolero.

Es un país infinito, que se ha reescrito y ha salido de guerras cruentas, de personajes tan terribles como Santa Anna, que ha salido de la pobreza y la miseria. Es el país del sueño, pero también de los trabajadores incansables, de los optimistas irredentos, de los que se levantan por la mañana pensando que puede ser distinto, aunque ahora parezca incierto.

Éste no puede el país del egoísmo, del las ladies de Polanco o los lords de Guadalajara tirándole café caliente a quien los interpela por prepotentes. Porque éste no puede seguir siendo el país de la pobreza, la desigualdad y la ruina.

México puede ser otro, si al fin nos atrevemos, entre todos, a decir basta.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU


lctl