La diplomacia mexicana está en problemas, y ciertamente no son los normales.
Cuando la embajadora de México en Washington, Martha Bárcena, y por cierto otros embajadores más, fueron enviados al fondo del salón de sesiones de la cancillería para la reunión con el presidente Andrés Manuel López Obrador fue, más que una descortesía extrema, una estupidez imperdonable.
Bárcena es la representante de México en Washington, atiende el día a día de una relación complicada y frecuentemente conflictiva. Sólo por eso tiene un rango que de hecho es apenas inferior al del secretario de Relaciones Exteriores, y eso no es nuevo. Su relación con el Presidente es necesariamente continua, y así ha sido por décadas.
A veces, como la actual, el secretario de Relaciones Exteriores asume personalmente la relación con Estados Unidos, pero esa actividad acaba por absorberlo, como pasó con Luis Videgaray a fines del sexenio pasado, y aun así necesitaba al embajador. Marcelo Ebrard es hoy un secretario de Relaciones Exteriores poderoso. Tanto que muchos lo consideran como "vicepresidente" y presidenciable, gracias a su eficiencia; y a querer o no, está metido en cuestiones más allá de su responsabilidad nominal.
Pero eso, obviamente, lo lleva a dejar detalles a sus asistentes. Y en cumplimiento de las tradiciones burocráticas mexicanas —y universales para el caso— hay quienes creen que la cercanía al poder es todo lo que necesitan para ser superiores al resto de los mortales, en especial aquellos que trabajan en el reino de su jefe, aunque implique pasar sobre protocolos establecidos.
La cancillería siempre ha presenciado una tensa convivencia entre funcionarios políticos y de carrera. Hay quienes creen que ser "grillos", o policías o administradores capacita para ser diplomático. ¿Qué ciencia se necesita para hacer política exterior?, Simplemente hay que estar bien con el jefe y decirle al líder lo que quiere escuchar.
Y tal vez con la vista en un horizonte más amplio, algunos subalternos creen que con eso van de gane.
El mensaje no puede ser mas desafortunado. Si alguien tomó la iniciativa de mostrar que la señora Bárcena es mortal, para asumir el papel de aquellos esclavos romanos que acompañaban a los generales victoriosos en sus triunfos, merece el despido. Si no por otra cosa porque el desdén mostrado, tanto al personal diplomático de carrera —la única burocracia profesional del país— como a la persona y el puesto que ocupa son muy simbólicos.
En un país donde la norma es el refrán "en política, como en poesía, la forma es fondo", el gesto tiene interpretaciones y alcances considerables. Y ninguno positivo.
La Cancillería no necesita problemas. Se supone que debe resolverlos, pero algunos se contentan con reclamos vacíos o hacer valer su poder interno.
El tema de los asientos es una señal de que hay problemas con el saber ser y el saber hacer, en el último lugar donde debiera haberlos.
Y arrastran a López Obrador con ellos.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@CARRENOJOSE