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Los países de Nunca Jamás

Hay sitios que todos conocemos bien por foto o por referencia. Pero son los improbables, los que en principio no queremos o planeamos visitar, los que hacen que un viaje sea

OPINIÓN

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Una hipotética reunión familiar que a todos nos ha pasado: acabamos de volver de un viaje, largo o veloz, y a alguien se le ocurre que es gran idea reunir a la familia en una comida, todos ellos ávidos por conocer lo que sucedió en esos días fuera. Alguien pregunta, como si nada: ¿a dónde dices que fuiste? Esa curiosidad, aventada con desparpajo a la sobremesa, inicia la conversación que todos querían escuchar. Vienen primero los detalles de rigor: los vuelos retrasados, las primeras impresiones al aterrizar, que siempre son injustas e inevitables, la curiosa anécdota que implica un teléfono descompuesto con un marchante local, etcétera. Cosas que más o menos se repiten en todos los viajes: los errores son, en realidad, lo que más se repite de un viaje a otro; acaso para eso salimos de casa: para encontrar en la repetida falta de seguridad un alivio salvaje. Pero luego vienen los detalles que son el núcleo del viaje: las cosas que realmente apantallan a la familia. Está ese día en el que decidiste caminar de Neuschwanstein a Fussen por culpa de un atardecer irrepetible, que acabó en un festín para los moscos que te acechaban desde los arbustos tan bellamente iluminados por la hora dorada. Está la noche en que decidiste rentar de improviso un coche para ir a cazar auroras boreales cerca de Skaftafell. Está el restaurancito de dumplings en Hong Kong al que te metiste a pesar de su mala facha, para descubrir dentro que se trata de un puestito con estrella Michelin, incluso a buen precio. Están todas esas decisiones idiotas que son realmente el núcleo de lo que uno cuenta en esas reuniones. Las Torres Eiffel, los Partenones, los Obeliscos, son de dominio público: telenovelas repetidas en la tele al fondo de la sala. Pero los callejones en Bruselas que terminan en una cerveza gratis, los países de nombre impronunciable, las repentinas caravanas nómadas en Kirguistán, los festines con carne de caballo y leche fermentada de ídem, los amigos turcos que te llevaron a una playa en lo que parecía a todas luces un secuestro consensuado: ese es el show que arremolina a la hipotética familia en torno a la crónica del viaje. Casi siempre es por morbo, ¿cómo que acabaron dejando su tarjeta de crédito una hora en el puesto de artesanías de Ereván? ¿Cómo que ni preguntaron si en su hotel los baños eran compartidos? Estas interrogantes casi siempre se contestan asintiendo felizmente; la familia observa con alivio y terror. Hay una tía (siempre hay una tía) que dirá lo que todos están pensando: “uy no, yo uno de esos lugares nunca jamás”.

RUY FEBÉN & CARLOTA RANGEL

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