El rey de los antihéroes

Keanu Reeves se reinventó como un héroe de acción en la mejor trilogía de esta década

John Wick es la idealización de un antihéroe. Es un asesino con cual simpatizamos sin cuestionar su moral. Como espectadores no nos interesa debatir sobre la violencia psicosomática que prevalece en sus escenas. Queremos que asesine a sus enemigos, ovacionar sus crímenes. Amamos a John Wick porque sus pecados son dinamitados por sus pocas virtudes: cuando lo conocemos en la primera cinta, es un hombre que ha abandonado la violencia por el amor de su esposa, quien sufre una enfermedad terminal. Pero un grupo de rufianes invaden su casa, roban su auto favorito y matan al cachorro que le regaló su mujer antes de fallecer. Ahora en su tercera cinta, John debe evadir a decenas de mercenarios que tratan de cortar su cabeza por una millonaria recompensa. La cinta es un péndulo constante de destreza en el campo de la filmación de combates, persecuciones automotrices y coreografías de artes marciales. Una de las grandes cintas de acción. Al igual que una infinidad de antihéroes como Michael Corleone, Travis Bickle o Tony Montana, Wick regresa a un purgatorio de pólvora y sangre. Su motivación es el recuerdo del hombre que momentáneamente halló un resquicio de paz. Es casi automático empatizar con estos sentimientos, y así justificar las consecuencias de un apocalipsis de venganza. Otro factor que logra diferenciar a Wick, es que él no necesita de artefactos intergalácticos, milagros tecnológicos y mucho menos de un escuadrón de compañeros que le brinden respiración de boca a boca cada vez que una amenaza se cierne sobre su destino. John trabaja sin ayuda. Su soledad brinda otra tesitura a la idea del pistolero errante. Keanu Reeves es una especie de Lázaro cinematográfico: ha levantado su carrera entre los muertos del siglo XX.

JOSUE CORRO

@JOSUE_CORRO