Faltan unas cuantas horas para presenciar el último episodio de Game of Thrones. Unos días para concluir una odisea que hemos seguido durante casi 10 años, y aunque esta temporada casi destruye, culpa de un guionismo perezoso y narrativas que traicionan los arcos de los personajes principales, su legado, tengo una duda que lleva taladrando mi cabeza desde hace algunas semanas:¿de qué serie vamos a hablar ahora?
GOT dejó de ser el show más popular de esta generación y se transformó en el primer fenómeno televisivo a nivel mundial de la historia. La mitología alrededor de un continente llamado Westeros, habitado tanto por seres humanos, magia, dragones, dioses nuevos y antiguos, contempla la fragilidad de nuestra ambición y el poder del honor entre los hombres. Y ésa fue la clave del éxito: el Trono de Hierro, donde se cimenta el poder de los Siete Reinos, es un McGuffin que sirvió para que George R. R. Martin explorara una especie de Biblia medieval, los pecados y las virtudes de un grupo de personajes que buscan sobrevivir en un mundo donde todos pueden morir.
Los niveles de lectura de esta serie no han sido la única arista que ha prolongado su éxito: Game of Thrones también deberá considerarse como el primer gran blockbuster de la era digital de la televisión. Hemos visto secuencias que jamás habíamos presenciado (ni imaginado) en una pantalla de televisión: CGI revolucionario, una producción que requirió distintos ambientes climáticos y sobre todo una batalla épica en la temporada 6, llamada Battle of the Bastards (aunque claro, la batalla de Winterfell también siempre será recordada por su oscuridad. Otro pecado de esta temporada).
Sin embargo, el verdadero legado de GOT y un acontecimiento que dudo se repita en los próximos años: logró unir a millones de personas bajo un mismo tema de conversación. Los domingos en la noche se volvieron un ritual que consistía en ver el último capítulo e inmediatamente abrir un diálogo en social media alrededor de teorías, momentos que nos destrozaron el corazón.
@JOSUECORRO