Arrecia hoy en día en México un debate importante sobre los significados de la palabra “militarizar”. Viene, como se sabe, en el contexto del debate sobre la propuesta para crear una Guardia Nacional.
El debate empezó en la Cámara de Diputados, sigue en el Senado, y tercian, por un lado, el Presidente de la República y, por otro, organismos de la sociedad civil, tanto nacionales como extranjeros.
El fondo de la discusión es si se debe poner a la Policía, responsable de proveer seguridad pública a la ciudadanía en general, bajo mando militar, o no.
México relegó a los militares del poder político en la década de los 50.
Fue un paso trascendental para la normalización del carácter civil del régimen político mexicano, si bien aún no representaba un paso decisivo en la dirección de la democratización del país. Después se vivió una cierta paz social y crecimiento económico, interrumpido por el movimiento estudiantil del 68 y guerrilla en los 70. También creció la producción de mariguana, de goma de opio y el trasiego de cocaína. Dos procesos que coincidieron en el tiempo y, a veces, en el mismo espacio: guerrilla y narcotráfico.
La subordinación pactada de los militares al poder civil evitó que México viviera las experiencias tan dolorosas de varios países de Sudamérica con sus regímenes militares.
Hoy, la experiencia venezolana es la más reciente sobre la decisiva intervención de los militares en la política de un país.
Hoy el gobierno de Maduro en Venezuela se mantiene con el único sostén que le ofrecen las bayonetas. Por esa razón, es útil explorar la experiencia de los militares venezolanos para entender qué es lo que sucede cuando los civiles llegan a depender en demasía del apoyo de los militares para mantenerse en el poder.
Según el sitio Insight Crime, lo que domina en Venezuela es una alianza del narcotráfico con las Fuerzas Armadas. El llamado Cártel de Los Soles -refiriéndose a los galeones brillantes de los generales y coroneles que lo integran- es, hoy por hoy, uno de los cárteles más poderosos del mundo.
Sirve para el trasiego de droga proveniente de Bolivia y Colombia, muchas veces transportada por las organizaciones guerrilleras y civiles que aún operan en esos países y que cuentan con el apoyo logístico y solidario del Ejército venezolano.
La confusión y mezcolanza entre guerrilla y narcotráfico es una de las características centrales de esa zona de América Latina.
La periodista Cristina Marcano publicó una reseña de la situación de los militares en Venezuela en el periódico español El País.
Marcano se pregunta: “¿Cuándo se volteará el Ejército?”. No duda que lo hará, pero nadie sabe cuándo y cómo se resolverá el dilema shakespeariano que se desarrolla en ese país. Y dice: “Paradójicamente, los militares son al mismo tiempo parte del problema y de la solución”.
Cuando Hugo Chávez asumió la Presidencia de Venezuela, en 1999, “abrió la caja de Pandora”, al incorporar a decenas de oficiales en la administración pública, dejando los cuarteles atrás. Inundaron ministerios, instituciones y empresas.
“Los nuevos burócratas comenzaron a manejar presupuestos millonarios, con poca o ninguna transparencia, al frente de áreas clave: la Tesorería Nacional, la recaudación tributaria, la administración de las divisas, las importaciones estatales, la banca pública, la construcción de obras, el transporte, los puertos y aeropuertos, el servicio de energía eléctrica y el sector alimentación”, comenta Marcano.
Generales activos y retirados fueron convertidos por Chávez en gobernadores, alcaldes y diputados.
“Exigió a los militares casarse con su proyecto político -es decir, pisotear la Constitución de 1999- y les impuso la consigna ‘Patria, socialismo o muerte’ como saludo oficial”. Chávez convirtió a los militares en el Ejército de su partido.
Las Fuerzas Armadas han extendido su poder económico y político con Maduro que es, finalmente, su peón en el poder.
Éste les concedió una Zona Económica Militar para desarrollar múltiples empresas y desde 2017 dirigen PDVSA, la empresa petrolera venezolana. Hoy existe una fusión entre economía y seguridad que le permite al Ejército venezolano ser el factor determinante en el futuro de ese país.
La fusión en el dominio sobre economía y seguridad es el peor error que puede cometer un gobierno civil, cuando de sus militares se trata. Ciertamente es un proceso que toma tiempo. Pero una vez que se inicia, resulta irreversible. Es deseable que el lugar que López Obrador les quiere dar a los militares en la economía, manejando compras, Pemex y obras, junto con muchas otras actividades, junto con la seguridad pública del país, no arrojen el mismo resultado que en Venezuela.
Pero, por la evidente fascinación que los galeones ejercen sobre el poder público, la moneda está en el aire.
Peligros de la militarización
Hoy, la experiencia venezolana es la más reciente sobre la decisiva intervención de los militares en la política de un país