He leído recién un artículo de José Woldenberg en El Universal, titulado Religiosidad y Estado laico (17/12/2019), escrito con motivo de la celebración guadalupana del 12 de diciembre pasado. El tema tiene profundidad y dará mucho de qué hablar en los meses por venir.
Como detonante, y ante la evidencia de la oceánica cifra de visitantes a la Basílica, Woldenberg lanzó la pregunta fundamental: ¿no resulta una contradicción –nos dice– vivir en una sociedad profundamente religiosa y un Estado laico?, una vez hecho lo cual enlista una serie de tópicos de tipo sociológico en defensa de la laicidad estatal.
Para él, la tolerancia ante la pluralidad de religiones, el carácter secular de nuestra sociedad o la creencia de los mexicanos de que en las escuelas no deberían impartirse cursos de religión, son elementos indicativos de la necesidad de mantener intacta la laicidad del Estado en cuestión; de separar radicalmente los asuntos de fe de los asuntos públicos. Del texto se desprende que sí: para él sí es una contradicción flagrante la existencia de una sociedad religiosa, como la nuestra, en el molde jurídico de un Estado laico.
El artículo utiliza argumentos bastante elementales, y repetidos, yo diría que hasta el cansancio, por comentaristas situados en una franja muy cómoda de análisis, que es la del liberalismo democrático políticamente correcto (cifrado en principios como la tolerancia volteriana, la pluralidad, el diálogo, la paz, la armonía, la no violencia), pero que en su superficialidad crítica patina olímpicamente sobre cuestiones de una complejidad digerible desde una perspectiva más amplia, y de estatuto al mismo tiempo histórico, dialéctico, filosófico y sociológico.
Porque ocurre que las cosas no son tan sencillas. Para empezar, laicismo es un concepto de carácter religioso, pues laico es el hombre que está dentro de la Iglesia pero sin ser clérigo. Por otro lado, la conexión histórica de los contenidos de tipo religioso con las instituciones políticas, artísticas, educativas o científicas es total, vale decir orgánica, cuestión que para el caso del catolicismo fue resumido con claridad tanto por Unamuno (para quien la iglesia católica es una síntesis de derecho romano y filosofía griega) como por Lezama Lima (para quien en el cristianismo están disueltas todas las verdades helénicas). Dejando a Hegel para después, decir que el cristianismo o la Iglesia católica fueron un dique contra el avance de la ciencia o de la educación, como lo hace el profesor Woldenberg en su artículo, además de ser el tópico de los tópicos, es una muestra de ignorancia histórica y filosófica ciertamente sorprendente. Valga aquí como recomendación, para los efectos, el libro de Christopher Dawson Historia de la cultura cristiana (FCE, 1997), donde ofrece claves sobre las que, a falta de espacio, habré de abundar en mis próximos artículos.
POR ISMAEL CARVALLO ROBLEDO
ASESOR EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
@ISMAELCARVALLO
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